¡Esta columna cumple un año!

Cuando concebí la idea de escribir habitualmente una columna de opinión no sabía a qué me estaba enfrentando, pero sentía una estremecedora necesidad de hacerlo.

Desde la primera vez que me reuní con el editor de esta sección, Eythel Aracil, hubo un entendimiento como si nos conociéramos hace años. Se emocionaba con cada tema que le proponía y me hacía comentarios que me impulsaban a investigar sobre lo que me interesaba exponer. Desde aquella primera reunión que sostuvimos en un café cerca de Reforma, mi editor y yo encontramos una sinergia que se reflejó en cada columna publicada.

Cuando empecé a escribir recuerdo que Eythel me hablaba para insistirme, “necesito escucharte a ti, quiero que sea tu voz”.

Como periodista, dedicada a temas de investigación, fue complicado romper la barrera de la “objetividad” para hablar de mí, de lo que me pasaba y de lo que me preocupaba. Cuando estudiaba me enseñaron que en un texto no debes mostrar tu forma de pensar, la información debe ser lo más balanceada posible.

Es por ello, que sacudirme esa idea y transitar a hablar desde mi experiencia y de cómo la viví me costó varios intentos. Hasta que un día derivado del temblor del 19S describí lo que me sucedía, y fue un texto en el que miles de personas se vieron reflejadas. Recibí llamadas en las que la gente me decía “a mí me importas” y “cuando hay un sismo pienso en ti”.

La dirección de un dedicado editor dio frutos. Dos de los textos más leídos del 2018 fueron míos. Este resultado fue gracias al trabajo de Eythel, quien ha sido mi más sincero crítico y confidente.

Él fue quien protegió cuando decidí hacer público mi caso de acoso con este texto. A partir del cual recibí el apoyo de muchas otras que como yo, habían pasado por una situación similar.

Durante el año que me dispuse a escribir regularmente este espacio ha sido motivo de celebraciones y un lugar para expresar dolores. También ha fungido como testigo de quejas y llamados de atención.

Ha creado una hermandad entre personas que fortuitamente se han cruzado por mi camino. Pero también me ha alejado de otros, quienes se han sorprendido de mis posturas.

Dicen que escribir es como gritar sin que te duela la cabeza y es cierto. Me he encontrado frente a mi computadora llorando al mismo tiempo que estoy escribiendo la columna semanal.

Al final, siempre llega el sincero comentario del editor de esta sección: “la información y tus palabras del corazón han contribuido para que tu texto sea el más leído”, me dijo cuando escribí sobre el primer encuentro que tuve con la persona más cercana a mí.

Nuestras juntas para tratar próximos temas se convirtieron en encuentros vecinales fortuitos, ya que hasta en eso encontramos la sinergia. Vivimos a unas cuadras de distancia y cuando nos cruzamos nos abrazamos y hablamos sobre los textos que vienen (además de quejarnos del mal estado de las calles de la colonia).

La relación que he mantenido con este editor ha sido mágica y gracias a él he podido seguir adelante alzando mi voz y creyendo en mis palabras.

Gracias a los que han hecho posible que esta columna siga tras un año de su primera publicación. A los lectores que reaccionan con las historias, y a las personas a las que ha servido el reflejo de las experiencias personales que hablan desde mi más sincera vivencia.

En especial, gracias a quien está detrás de esto, entretejiendo los hilos, a mi editor Eythel a quien dedico esta columna.

* Este contenido fue originalmente publicado en el ‘HuffPost’ México.

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