Hace dos años decidí dejar de beber alcohol y nunca me imaginé que lo más difícil sería lidiar con la cantidad de explicaciones que la gente pide cuando rechazas una copa de vino o un coctel: “No bebo alcohol, gracias”.
La primera cita que tuve cuando decidí dejar de beber fue un miércoles. El chico en cuestión me invitó al bar Baltra en la Condesa, cuando llegamos el mesero nos dio la carta y él me preguntó: “¿Qué vas a tomar?”
“Una limonada”, respondí.
“¿Cómo?, ¿no vas a tomar alcohol?”, exclamó entre preocupado y sorprendido.
“No bebo, gracias”.
Él no podía creerlo, parecía como si toda la idea de una cita conmigo se hubiera venido abajo. Se quedó literalmente sin palabras y muy confundido.
“Entonces yo no voy a tomar”, externó nervioso.
“Tú puedes hacer lo que quieras”, respondí augurando la tensión que su postura desataría.
Como este tipo, me topé con varios hombres que se sentían intimidados frente a una mujer que no bebe alcohol.
Para mí es difícil comprender esta postura, sin embargo algunos encuentran esta reacción obvia:
“Mientras el otro está experimentando inhibición con cada copa de alcohol que bebe hasta rozar una posible intoxicación que lo llevará muy probablemente a decir o hacer cosas que sobrio no haría o quizá pensaría dos veces, tú mantienes tu claridad mental al 100% sin alteración en tus sentidos ni juicio”, me explicó mi amigo más cercano.
Durante varios meses traté de estructurar respuestas para que no se sintieran intimidados por beber sin que yo lo hiciera, pero siempre me topaba con un cuestionamiento que llevaba a otro y que tornaba la situación muy incómoda.
Después de varias circunstancias similares, decidí que si un hombre se intimida porque no bebo no vale dedicar ni un minuto más en su presencia.
Un adulto debe saber cuánto alcohol puede ingerir y cuál será la consecuencia o resultado de esta ingesta. Es una decisión que no debería de depender de nadie más alrededor, porque cada cuerpo tiene diferente capacidad para procesar el alcohol.
Dejar de beber e iniciar un camino de una sobriedad creativa y duradera significa un cambio grandísimo en la vida de una persona.
La decisión de beber alcohol o no hacerlo debería de ser tan sencilla como “no me gustan los mariscos, voy a comer pollo”, sin embargo la connotación que el alcohol tiene en México lo torna en un asunto complicado.
“Para todo mal mezcal, para todo bien también”. Esta célebre frase, que cualquiera que haya vivido en México seguramente ha escuchado, ilustra muy bien el arraigo que la cultura tiene al alcohol.
Si se está triste o transitando por una decepción amorosa la respuesta es “vamos a ahogar tu pena”.
En cambio, si por el contrario se está feliz, la respuesta es “vamos a brindar para celebrar”.
Entre las mentiras del mexicano se conoce la famosa falsa promesa: “La última y nos vamos” o “una no es ninguna” para seguir bebiendo sinfín.
Si sales en la noche con tus amigos no puedes saltarte el famoso precopeo, donde básicamente tomas en alguna casa hasta ponerte un poco borracho para que al lugar a donde vayas no tengas que pagar demasiado por el alcohol que ingieras.
Si logras llegar con energía a las 5 de la mañana entonces comienza el momento del aferrafter que es básicamente el aferrarte a seguir la fiesta, generalmente en una casa o en un lugar conocido como after hours, que aunque en México son ilegales abundan en la ciudad.
Abren a la una o dos de la mañana y cierran hasta la tarde del día siguiente. Tienen techos oscuros y luces que hacen parecer como si fueran las 11pm mientras que afuera el sol ya brilla anunciando el medio día. No debes olvidar los lentes oscuros, pues si no sufrirás del desagradable “vampirazo”, que te dejará ciego por unos segundos.
Mientras que otros países descalifican la ebriedad y lo consideran como algo impropio que resta decencia o respeto, en México, la ebriedad se fomenta y hasta se exige.
La descrita rutina fiestera se repite todas las noches. La fama del mexicano en el extranjero se esgrima como una nacionalidad de bebedores, buenos bebedores. De esos que aguantan.
La fama no es gratis y es que en las fiestas se considera como raro e incómodo al que no bebe alcohol, es simplemente inaudito. Hasta tenemos una frase que evoca la discriminación hacia las personas abstemias: “Nunca confíes en alguien que no bebe”.
Mientras que otros países descalifican la ebriedad y lo consideran como algo impropio que resta decencia o respeto, en México, la ebriedad se fomenta y hasta se exige.
El célebre escritor y dramaturgo mexicano Hugo Hiriart publicó en su libro Vivir y beber (2006) una crítica acerca de este comportamiento generalizado:
“La manera común de beber en México constituye una enfermedad social, una enfermedad de los hábitos sociales, una enfermedad que embrutece y seda e impide que se vean las cosas como son, y por lo tanto puedan modificarse. La bebida es una de las cosas buenas de la vida pero tomada como se toma en México es, en vez de un beneficio que deleita y estimula, una desgracia”.
Dejar de tomar no es una debilidad, es una fortaleza.
Hace unas semanas me encontré con un viejo amigo que gustaba de la vida nocturna. Fue DJ por años y siempre estaba en las mejores fiestas, borracho o drogado. Nos cruzamos por casualidad en un café en la colonia Roma y me dijo que había dejado el alcohol y las drogas hace dos años y que, aunque perdió amigos, recuperó su salud y claridad mental.
Dejar de beber e iniciar un camino de una sobriedad creativa y duradera significa un cambio grandísimo en la vida de una persona. Puedo decir que mi mundo se transformó cuando dejé el alcohol.
No todo el mundo necesita “tocar fondo” para darse cuenta que tiene un problema de control o una adicción a la bebida. Aceptar que tu cuerpo no metaboliza correctamente el alcohol es simplemente un paso en el camino de la autoexploración. Nunca he asistido a una reunión de Alcohólicos Anónimos, y tampoco considero que tengo un problema adicción, puedo dejar de tomar sin sentir la necesidad de ingerir una bebida embriagante. Sin embargo, a veces me es difícil controlar la ingesta y las consecuencias de esto pueden ser desastrosas.
Hace poco encontré la explicación de la raíz etimológica de la palabra “alcohol”, proviene del vocablo árabe “al-kuhl”, que significa “devorador del espíritu”, y sitúa sus orígenes en la palabra en inglés ghoul, que significa un demonio.
Por ser tan aceptado como “el lubricante social”, se desdibuja del mapa de los problemas de salud pública, y se considera inofensivo. No obstante, es una de las sustancias más adictivas.
Dejar de tomar no es una debilidad, es una fortaleza. Sin embargo, para muchos, el que alguien no beba alcohol es un problema y algo debe estar mal con esa persona.
El viernes pasado asistí a una fiesta de cumpleaños de una amiga cercana, quien cumplió 30 años, y una de las temáticas que se repitieron durante la noche fueron las consecuencias de la bebida en las crudas o resacas. Todos en la mesa se quejaban de lo que tenían que sufrir al día siguiente de haberse emborrachado. Mientras enumeraban las reacciones y cómo éstas se habían incrementado con los años, pedían su cuarto mezcal de la noche.
Al día siguiente me desperté disfrutando de las mieles de la sobriedad, sin cruda ni dolor de cabeza. Llamé a mi amiga.
“¿Cómo te sientes?”, pregunté.
“Destrozada”, me respondió.
* Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México.