Las ciudades se vacían, a la par que los restaurantes y centros comerciales cierran sus puertas muy a pesar de los dueños de los comercios. En el supermercado, los adultos de la tercera edad que se dedicaban a empacar las cosas que los clientes compraban por unas cuantas monedas, fueron retirados. Derivado de la escasez de huevo nos acostumbramos a desayunar un sandwich de jamón y queso. Nuestras mascotas se volvieron esencial compañía y el pretexto para salir a la calle aunque sea unos minutos al día.
“Me puedo tomar una foto con tu perro”, me pidió un joven cuando vio a mi cachorro. Accedí un poco dudosa. Después de su “selfie” me sonrió y me dijo “es bueno saber que aún se ve algo de gente en la calle”.
Los trinos de los pájaros se escuchan más fuerte de lo normal, porque lo que creíamos que era “normal” era el constante ruido de los claxons de los automóviles, provenientes de conductores desesperados por llegar. Ahora nadie tiene prisa, nadie circula por las calles, el contacto humano es penado y regañado. Para ir al supermercado un metro de distancia separa a las personas que desean entrar a comprar y si te acercas un poco más, el policía te aleja con una seña. Los rostros de las personas se volvieron ajenos y difíciles de observar pues entre máscaras, lentes y gorras no se aprecia quién está detrás de esta triple protección sanitaria que es lo único que la gente tiene para sentirse segura, aunque nada te hace inmune a este virus.
Reina un clima de tristeza, confusión y nostalgia. Todos sabemos que aunque esto termine, no volveremos a ser los mismos. A través de redes sociales, miles lanzan mensajes de paz y tranquilidad. El psicólogo y maestro de meditación colombiano, Juan Lucas Martín informa a su audiencia de 90 mil seguidores. “Si estás nervioso y tenso eso es lo que estás lanzando energéticamente al mundo”.
Me pregunto, ¿en dónde encontramos la tranquilidad en estos momentos de turbulenta incertidumbre? Nadie tiene la verdad en sus manos, no hay forma de parar esto, por más “medidas” que el gobierno anuncie a través de sus campañas o en voz del subsecretario de Salud, quien se ha convertido en símbolo de esperanza por su precisión y calma para comunicar los últimos datos de esta pandemia que comienza a afectar severamente a México. Diario, de lunes a domingo, a las 7 de la noche millones de mexicanos sintonizan la conferencia de prensa en donde las autoridades que están tomando las decisiones al frente de esta pandemia anuncian el número actualizado de muertes y contagios en el país. Cada vez que escucho el nuevo número me dan ganas de llorar. ¿Cuántos muertos alcanzará esta pendemia? ¿Cuándo va a parar? ¿Cuándo terminará todo esto? Nadie tiene la respuesta. La angustia crea un nudo en mi garganta y confusión sin saber hacia dónde voltear y ni qué hacer. Alrededor del mundo las reacciones de los gobiernos han ido desde anuncios desesperados por “matar a quien salga”, como lo sentenció el presidente de Filipinas, hasta dejar varados decenas de cuerpos sin vida víctimas de COVID-19 en Guayaquil, Ecuador.
En México, no hay toque de queda obligatorio pues el Presidente de este país, Andrés Manuel López Obrador considera la medida autoritaria. Por el contrario, hay un “llamado atento a todos los ciudadanos a que se queden en casa”.
Conforme aumenta el número de muertos por Coronavirus, el miedo crece y el “atento llamado” se convierte en norma social.
Mientras la primavera irradia en las calles de la capital con los árboles de jacarandas floreando a todo lo que da, en las avenidas solo se observa la gente de limpieza pública barriendo las hojas.
Columna de opinión publicada en el HuffPost, edición España en abril 2020.