Cuando James llegó a vivir a la Ciudad de México, proveniente del sur de California, rápidamente comenzó a desarrollar una alergia que fue empeorando con los meses. Había días que tenía que cancelar sus clases porque los ojos llorosos y los estornudos no le permitían salir de su casa. En principio pensó que era una gripa, pero no estaba acompañada de fiebre y duraba semanas su malestar. Pronto encontró su diagnóstico, la contaminación de la Ciudad de México estaba causando una alergia en sus vías respiratorias hasta llegar a sufrir asma.

Cuando lo conocí pensé que estaba exagerando, que en realidad era un extranjero más que llegaba a la CDMX y decía que no podía respirar por la contaminación.

Sin embargo, al cabo de unos cuantos meses y cuando llegó el invierno y con este los altos niveles de contaminación, empecé a desarrollar la alergia que terminó por expulsar a James de la Ciudad de México. Entendí su malestar, ese que te paraliza de poder hacer una vida, de poder salir, de poder caminar. Lo que antes más disfrutaba, como recorrer las calles de la capital o ir al Bosque de Chapultepec, ahora lo evitaba a toda costa.

Cada vez que salía mi alergia empeoraba, me lloraban los ojos, caminaba por las banquetas estornudando constantemente. Entonces comprendí la gravedad de la que James me hablaba.

La gente ha normalizado la aparición, cada vez más común, de alergias.

Cerca de 1,200 muertes al año son atribuidas a la contaminación del aire en CDMX, los niveles rebasan los recomendados por la Organización Mundial de la Salud y las medidas implementadas por el gobierno han sido insuficientes.

Actualmente hay un incremento de las alergias asociado a los niveles de contaminación y al cambio climático. Como yo, miles de capitalinos se ven afectados por la contaminación atmosférica. De hecho, el médico alergólogo Fernando Iduñate reveló que la contaminación atmosférica causa la muerte prematura de dos millones de personas al año.

Es cada vez más frecuente leer en mi Facebook contactos que piden recomendaciones de alergólogos en la Ciudad de México. Pero, ¿por qué nos estamos concentrando en tratar de resolver las consecuencias y no el problema?

La gente ha normalizado la aparición, cada vez más común, de alergias. Cuando mi compañero de trabajo me vio estornudando y con los ojos llorosos me acompañó a la farmacia y me recomendó comprar un medicamento que venden sin receta, llamado Loratadina. Aparentemente es con lo que empiezas a quitarte los síntomas de la alergia.

Y funcionó, durante esa tarde y los dos siguientes días me sentí bien, pero la alergia regresó en menos de una semana. Entonces me encontré a un vecino en la calle quien me dijo que ya iba en el tercer doctor para poder controlar su alergia, y que la Loratadina era para quien apenas empezaba en esto.

“Yo no voy a estar atada a una medicina que me permita respirar”, pensé.

¡Qué tipo de vida es esta!

La gigantesca nata gris

Ese fin de semana decidí que haría un hiking a la montaña para limpiar mis pulmones y respirar aire fresco. Una especie de desintoxicación del aire contaminado que había estado inhalando y que me causaba impedimento para respirar.

Escalé durante cuatro horas hasta llegar al punto más alto del Valle de México, conocido como el Pico del Águila en el Ajusco. El escenario que presencié —con una vista de 360 grados de la Ciudad de México— me traumó. Una gigantesca nata gris —entre el cielo claro y las nubes— flotaba sobre la densa concentración de edificios de la capital. Desde el punto donde yo me encontraba, a casi 4,000 metros de altura, podía distinguir los afamados edificios de Santa Fe, como el Pantalón, o en el sur el World Trade Center. Pero desde la cima, anonadada, me cuestionaba: ¿Cómo podemos vivir así? ¿Cómo podemos ignorar un problema que nos está matando a todos?

Vista de la CDMX desde el punto más alto del Valle de México.

 

A mi descenso venía reflexionando sobre todo esto. Ya de regreso, me encontré con mi hermana y caminamos hacia un restaurante en Coyoacán. Me sorprendió ver a cientos de coches formados y le pregunté qué hacían ahí. Mi hermana me respondió que los automovilistas que veía en fila llevaba ahí cinco horas esperando que abrieran la gasolinera, ubicada en Avenida Coyoacán, por la falta de abasto que se intensificó durante la última semana de enero.

Habían optado por dedicar cinco horas de su domingo formados para llenar los tanques de gasolina de sus automóviles. A ese grado los capitalinos dependen de sus coches para transportarse. Lo que nos coloca como la ciudad más congestionada del mundo.

Nueve días al año en promedio es el tiempo que los chilangos pierden atrapados en el tráfico, según el TomTom Traffic Index. El tema no puede evadirse: el exceso de autos es uno de nuestros problemas más urgentes. Pero disminuir los niveles de contaminación en el aire es un tema prioritario.

No podemos hacer como si con unas pastillas y un par de visitas al doctor nuestras alergias se controlarán y podemos seguir adelante con nuestras vidas. No es así, pensemos en nuestra calidad de vida y seamos conscientes de cómo utilizamos los recursos. Cada uno sabe cómo reducir su huella ecológica, y qué medidas puede tomar. No podemos seguir haciendo caso omiso a este grave problema que nos está matando.

* Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México.

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