México es un país de contrastes y el trato que se le ha dado a la caravana migrante en su recorrido por el país no ha sido la excepción. Desde su entrada al país el 20 de octubre hasta su llegada a la ciudad fronteriza de Tijuana el pasado 14 de noviembre, las diferencias en las expresiones de recibimiento han sido abismales. Mientras en el sur, la sorpresa de la desbordada hospitalidad fue gratamente recibida, en el norte el rechazo de los residentes fue tajante. La caravana ha conocido distintas facetas de la hospitalidad mexicana.
Sabiendo de la presencia de la caravana en el estado, algunos habitantes organizaron donaciones de comida y medicinas. Uno de ellos fue el señor David, quien sirvió agua a los migrantes de los garrafones que compró en conjunto con líderes de este pueblo.
Entre más se esparcía la noticia de la presencia de la Caravana en el sureste mexicano, los conductores de automóviles y camiones de distinto tamaño que transitaban por la carretera se detenían y ofrecían aventones hacia su siguiente destino.
“Con cuidado por favor, uno por uno”, gritaba uno de los choferes que decidió detener su unidad en la gasolinera de Tonalá, Chiapas, para permitir subir a los migrantes.
Al ver la oportunidad todos corrían desesperadamente para alcanzar el ride. Sin embargo, el espacio estaba limitado y tocaba seguir avanzando.
Exhaustos tras el recorrido del día, durmieron sobre cartones bajo la sombra de la carpa blanca instalada en el centro de Tonalá frente al Palacio Municipal. Desde el kiosko se anunciaban donaciones de ropa para cualquier miembro de la caravana, además con altavoz se ofrecían actividades para los niños. El propio gobierno municipal proporcionó transportación gratuita hacia la siguiente y última parada en el estado de Chiapas, la ciudad de Arriaga.
De igual manera, la solidaridad se mostró desde el gobierno federal con el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, quien en su visita por este estado reiteró el plan que el día anterior había dado a conocer Olga Sánchez Cordero: dar visas de trabajo a migrantes provenientes del sur.
Algunos consideraron la oferta, como Georgina Monterosa, quien viaja desde el Salvador con sus hijas pequeñas. “El riesgo de continuar este viaje al norte es mucho y lleno de incertidumbre, no sabemos realmente con qué nos vamos a enfrentar y ni siquiera es seguro que nos reciban en Estados Unidos. Es más seguro quedarse en México”, relató la salvadoreña al terminar de llenar su solicitud en uno de los puestos que el Instituto Nacional de Migración.
Ya en Ciudad de México
A pesar de las realidad que los migrantes han enfrentado en su natal Honduras y el desgaste físico y mental que implica el viaje emprendido, se observa a los niños con una enérgica sonrisa en el albergue instalado en la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca. Una de las pequeñas, a quien entrevisté en Chiapas, me reconoció y vino corriendo a saludarme, me llamó por mi nombre y me abrazó.
Le pregunté cómo les había ido en su trayecto hasta la capital. Solo me respondió “bien”, sin ninguna queja, únicamente sonriendo y meneando el vestido que tenía. “¿Van a seguir hasta el norte?”, le pregunté. “Sí, ese es el plan, aunque no sabemos ni cuándo ni cómo”, me dijo algo apenada.
Para los 310 niños menores de cinco años que viajaban acompañados desde el 13 de octubre, las actividades para entretenerlos no faltaron. Desde una amplia bocina en el centro del refugio se escuchaba a todo volumen canciones para acondicionamiento físico, y mujeres vestidas de payasitas hacían pasar un rato agradable a los infantes tras el desgaste sufrido del trayecto.
Lejos de palidecer ante esta tragedia humanitaria, los niños han sido el alma de la caravana. Esperaba ver rostros de tristeza y desesperación en los más pequeños, palabras de extrañamiento y desgaste, sin embargo, lo que me encontré fue felicidad y gozo de quienes viven una aventura en este éxodo.
Al interior de las cuatro carpas con capacidad para 2 mil personas dormían en fila sobre colchonetas de colores. Había puestos de atención médica instalados por la secretaría de Desarrollo Social de la Ciudad de México; también organizaciones civiles ofrecían medicinas y revisiones médicas. Dos camiones ofrecían servicio dental, cortes de pelo y ropa para niños, niñas, señoras y jóvenes.
La vida en el albergue transcurría en un ambiente festivo. Un día, los 87 integrantes de la comunidad LGBTI que viajaban con la caravana organizaron un performance en el que sostuvieron una bandera gigantesca de colores mientras lanzan consignas y recitan versos. Dentro del estadio se instalaron dos canchas inflables de futbol y una red para jugar voleibol. Además, el exboxeador profesional Filiberto “el Filo” González entrenó a los migrantes para el torneo de box que organizó, atrayendo la atención de cientos de jóvenes ávidos por ponerse los guantes.
“Con el deporte ellos se relajan de los peligros a los que se han enfrentar en el trayecto, la idea de las clases es que se sintieran como en casa”, expresó Filo. “Nuestra función es darles seguridad en las clases, que se sientan confianza, que sepan que en México nadie los va a perseguir ni a maltratar”.
“Por más que en México nos han ofrecido oportunidades buenas para quedarnos, el sueño está en el norte. Nosotros sí vamos a cumplir el sueño americano. Es nuestra meta”, afirma con una sonrisa mientras sigue masticando su taco de bistec en el puesto callejero establecido frente al estadio Palillo de la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca, donde la primera de las caravanas de migrantes centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos se refugió a inicios de noviembre, luego de haber cruzado cinco estados de la república.
La madrugada del viernes 9 de noviembre, tras cinco días de estancia en el albergue de la capital mexicana, integrantes de la caravana empacaron cobijas y abandonaron el refugio hacia su siguiente destino. Algunos se dirigieron hacia el metro, otros prefirieron pedir aventón en camiones de carga, como lo habían estado haciendo en los estados del sureste por los que pasaron.
Al norte
Iban entusiasmados de seguir, como la había estado haciendo en su travesía. Sin embargo, al llegar a Tijuana el recibimiento fue hostil. El panorama menos alentador los recibió con una manifestación antiinmigrante en la que los propios residentes rechazaban su presencia en esta ciudad, caracterizada por el constante flujo migratorio.
Pero no únicamente los ciudadanos tijuanenses mostraron su rechazo, el propio alcalde, Juan Manuel Gastélum calificó a los centroamericanos como “vagos” y “mariguanos”. Incluso, el mandatario local culpó al gobierno federal por no hacer su trabajo.
Mientras tanto, el gobierno estadounidense ha hecho su parte… tres líneas de alambres con púas se han observado en la frontera con Estados Unidos como refuerzos, mostrando una bienvenida amenazante para los migrantes. A pesar de esta compleja situación, dos caravanas más vienen en camino y aún no se conoce su destino final.
La postura de los mexicanos se radicalizó. A partir de las manifestaciones públicas en contra de la presencia de los migrantes en México, los que estaban en contra alzaron más su voz. Se podían escuchar opiniones en contra de la presencia de la caravana criticando duramente sus comportamientos en México. Incuso la crítica contra el gobierno y su forma de dar trato especial a los centroamericanos y no a los mexicanos (como a los indígenas chiapanecos o a los damnificados del sismo, quienes aún viven en campamentos en las calles).
Desde la posición contraria, se califican de racistas y xenófobos los comentarios, mismos que fueron destacados como “el pequeño Trump que llevan dentro”.
La realidad es que Tijuana no tiene la capacidad de albergar y dar atención a más de 10 mil migrantes que planean llegar de golpe a esta frontera, y tampoco su futuro en Estados Unidos se observa alentador. Por otro lado, el cambio de gobierno, podría traer nuevos panoramas para dar cauce a esta crisis humanitaria que se desprende del éxodo centroamericano.
* Este contenido fue originalmente publicado en el ‘HuffPost’ México.