TEXAS, EE. UU.— La barda de acero anaranjada que separa México de Estados Unidos, en la ciudad fronteriza de Progreso —ubicada en el condado de Hidalgo, Texas—, permanece imperturbable desde 1996. Solo que en el último año, luego de que Donald Trump fue electo presidente, ha adquirido especial interés: el muro se ha convertido en una atracción turística para extranjeros y locales.

Cuando en 2014 Robert Cameron decidió abrir un negocio de tours en su natal Texas, nunca imaginó que uno de los recorridos que ofrece se volvería uno de los paseos más cotizados. Ello a partir de que la ampliación del muro se volvió un tema destacado en la agenda internacional de Trump.

Mientras recorre parte de los campos de caña de azúcar que colindan con el muro, el texano reflexiona, en voz alta: “¿Cómo se puede construir una barda que sea impenetrable para el cruce ilegal pero que, al mismo tiempo, permita a los granjeros y dueños de estas tierras trabajar en medio de los dos países?”. De inmediato, él mismo se responde: “Hay muchos obstáculos para hacerlo”.

El granjero estadounidense ha filmado cómo los contrabandistas logran cruzar tramos de la frontera desprovista de estructura de metal: la única barrera natural que deben librar se llama Río Bravo. Y este punto geográfico es uno de los mayores atractivos turísticos para quienes acuden al área a solicitar sus servicios de tour.

Robert Cameron conoció a su esposa, Elise Peterson, en Springfield, Missouri. Cuando ella decidió migrar del norte al sur de Estados Unidos, tomó a su cargo los paseos a caballo. Estos se ofrecen como parte del tour alrededor del muro. Parte del atractivo es cruzar al lado mexicano libremente y pararse a mirar cómo se desplaza la fuerte corriente del Río Bravo. En época de primavera, incluso es posible cazar patos.

“Ha venido gente de todo el mundo”, refiere la alta y delgada mujer que lleva tatuajes en el brazo izquierdo.

Siempre sonriendo tras sus gafas, prosigue: “Hemos tenido visitantes de Japón y de Alemania”. Emocionada agrega: “Puedo decir que la retórica de Trump respecto al muro ha traído buenas ganancias a nuestro negocio”.

Texas Border Tours ofrece un recorrido de seis kilómetros en caballo, durante el cual muestra a los visitantes los hoyos por donde los traficantes contrabandean droga por debajo de la barda.

“Si quieren pasar, van a buscar por dónde pasar; no porque se ponga o se refuerce el muro esto va a cambiar. Si hay demanda de drogas entonces el flujo de drogas seguirá”, advierte Elise.

En promedio, ella lidera de tres a cinco tours al mes para entusiastas viajeros que gozan de realizar actividades al aire libre. Hay desde familias con niños pequeños que suelen optar por el recorrido más corto, que dura una hora, hasta parejas aventureras que gustan de montar a caballo y de ver caer el atardecer en la frontera texana.

El tranquilo entorno de la naturaleza contrasta con los severos problemas de seguridad que enfrentan los locatarios de estos poblados fronterizos.

Lo que se mira hasta donde la vista alcanza son grandes extensiones de campos de cosecha, escasas construcciones y amplios terrenos salpicados de retazos de barda.

Algunos turistas solo quieren montar a caballo, pero la gran mayoría pide ir a ver el muro. Es curioso que “muchos de los que vienen al tour —explica Elise— ni siquiera sabían que el muro ya existía”.

Las opiniones de los turistas y locales respecto a la construcción del muro varían, pero hay un factor en el que todos coinciden: supone invertir demasiado dinero.

El presidente Trump anunció que el costo para la edificación del muro rondará los 15,000 millones de dólares, con lo que se pretende cubrir 1,600 kilómetros adicionales al tramo ya bardeado.

Actualmente, una tercera parte de los 3,169 kilómetros de frontera con Estados Unidos tiene barda. De los ocho prototipos presentados para el nuevo muro, cuatro fueron diseñados como paredes de concreto de 13 metros de alto, lo que impide ver del otro lado de la frontera. De acuerdo con agentes de la patrulla fronteriza, esto restringe la visibilidad para detectar cualquier paso ilegal, por lo que se ha optado por continuar con el diseño de la reja de acero.

Carlos Heredia, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), considera que es absurdo que un país que es socio comercial de otro decida unilateralmente construir un muro para impedir el flujo irregular de personas, mercancías o drogas.

“El muro no va a servir para lo que dice Trump que va a servir, y eso no lo decimos los mexicanos, lo dicen las propias agencias en Estados Unidos”, asegura el académico en entrevista con Newsweek en Español.

Cuando Elise llegó a Texas no podía creer que los migrantes literalmente cruzaban el Río Bravo en precarias balsas con bolsas de plástico en sus brazos.

“¿Esto es real? ¡Santo Dios! ¿Las personas hacen eso? No tenía idea”, recuerda su reacción cuando hace cuatro años se mudó de su natal Springfield a la ciudad de Progreso.

La mayor parte de la frontera de Texas colindante con Tamaulipas está bardeada, pero no por completo. Con facilidad se puede caminar de un país a otro entre los espacios que no tienen muro sin que nadie lo impida.

“Esto es México”, suele decir Elise, apuntando con su dedo índice hacia el otro lado del Bravo, mientras sonríe entusiasta.

La ciudad de Progreso, situada a escasos dos kilómetros del Río Bravo, se ubica en el Valle del Río Grande (Rio Grande Valley), entre McAllen y Brownsville. A tan solo unos metros se puede observar el Puente Internacional de Progreso, que conecta la ciudad de Progreso, en Texas, con la ciudad de Nuevo Progreso, en Tamaulipas.

Lonnie Mark acudió con su esposo a principios de enero de 2017 para tomar el tour. Con otros  turistas, coincide en que esta es una manera didáctica y divertida de aprender sobre la frontera de Estados Unidos con México.

“Elise siempre se mostró muy abierta para darnos información sobre la frontera, respondía todas las dudas que teníamos”, dijo Lonnie al finalizar el recorrido por la frontera entre México y Estados Unidos. “Tomamos muchas fotos y pasamos un rato muy agradable, recomiendo el tour ampliamente”.

Cuando Robert Cameron arrancó su negocio, lo planeó como una actividad al aire libre en el que la gente podría recorrer el sur de Texas en cuatrimoto. Pero cuando Elise se unió al proyecto, su amor por la naturaleza y los animales la llevó a proponer viajes a caballo. Robert accedió: compraron siete caballos. Ahora la pareja ofrece la opción de hacer el tour en caballo o en vehículo motorizado 4×4, con un costo de 99 dólares (1,700 pesos).

“Las actividades al sur de Texas se están poniendo cada vez mejor”, es la forma como se anuncian estos tours para clientes en busca de nuevas aventuras.

Elise maneja con astuta familiaridad los vehículos todo terreno, que cruzan entre campos y tierras enlodadas salpicando a los pasajeros que ocupan un asiento en la parte trasera del vehículo sin puertas.

El agreste desierto, con sus amplias extensiones de tierra, contrasta con el cemento gris claro de la barda fronteriza, que delinea las siembras de los granjeros tejanos.

La imponente barda de más de 10 metros se encuentra en perfectas condiciones y bien conservada, las rejas están pintadas con un color naranja ladrillo y solo en ciertos puntos tiene cemento, lo que impide ver del lado mexicano. Pero a tan solo unos metros, la barda termina y el paso queda libre hacia la frontera natural del Río Bravo, rodeada por arbustos y algunos árboles de mediana altura.

Este paso es utilizado para traficar droga. Incluso, durante algunos meses estuvo estacionado un jet ski a orillas del río, el cual era utilizado para cruzar droga de un extremo al otro, hasta que los agentes de la patrulla fronteriza (Border Patrol) lo descubrieron.

Las patrullas fronterizas realizan rondines cada 15 o 30 minutos por esta área. Los agentes son jóvenes menores de 40 años, casi todos con apellidos latinos. Elise los ubica bien, y cuando la ven maniobrando en un vehículo o cabalgando por la frontera la saludan.

“Los agentes son muy atentos, pero la gente tiene otra idea de ellos. En realidad nos ayudan mucho y siempre están expuestos en su trabajo”, afirma la estadounidense quien, justo en el momento en que hacemos el recorrido turístico, debe detener el vehículo por una llanta ponchada. Un agente fronterizo le brinda la ayuda necesaria para inflar el neumático.

Desde hace dos décadas, Chris Cabrera trabaja en el Consejo de la Patrulla Fronteriza en Texas. En este lapso, relata, los ataques contra agentes fronterizos se han incrementado, así como el grado de violencia y el paso ilegal ha mutado.

Los migrantes antes venían a trabajar en el campo de febrero a mayo, cuando es la temporada de siembra. Pero ahora el tipo de trabajo que hacen no es en el campo.

“Ahora los traficantes no solamente introducen droga, también se dedican al tráfico de personas porque les deja más dinero” apunta Cabrera en entrevista con Newsweek en Español. “Además —explica— antes solamente veíamos marihuana pasando por la frontera, ahora la heroína y metanfetamina líquida, así como cocaína, son cada vez más comunes”.

Una de cada cinco personas que la patrulla fronteriza detiene tiene antecedentes criminales, de acuerdo con Chris Cabrera. Ahora los agentes de la patrulla fronteriza están mucho más desprotegidos.

El coordinador del Programa de Estudios de Estados Unidos en el CIDE, Carlos Heredia, refiere que la situación actual en la relación de México con Estados Unidos no tiene precedente.

“En el pasado se construyeron segmentos de muro bajo el mandato de otros presidentes, pero jamás acompañados con el tipo de retórica y agravios que representa Trump”, dice.

La primera semana de abril de 2018, Donald Trump anunció el despliegue de más de mil oficiales para resguardar la frontera con el país vecino, estrategia que, de acuerdo con declaraciones del mandatario, se mantendrá hasta que el proyecto del muro quede concluido.

El único estado fronterizo que rechazó esta medida e impidió la llegada de la Guardia Nacional fue California. Ante esta decisión, el presidente de Estados Unidos advirtió en un tuit: “Esto hará que la tasa de crímenes se incremente”.

La demanda es la directriz que incentiva el paso de droga en la frontera, y esta es cada vez mayor. El consumo de heroína en Springfield, por ejemplo, la ciudad natal de Elise, ubicada en el norte del territorio estadounidense, es habitual entre adolescentes y jóvenes, y ya se le considera “una epidemia”.

Las muertes por sobredosis de heroína son un problema cada vez más recurrente en esa ciudad. Una vida que cobró el año pasado fue la del primo de Elise. Una mañana el chico de 17 años fue encontrado muerto en su cama por su abuelo. El gobierno responsabilizó al padre del adolescente de su muerte y lo sentenció a cinco años de prisión.

Elise cuenta que, en su natal Missouri, el consumo de opioides no está regulado y la demanda es cada vez mayor. En la última década el número de prescripciones médicas se disparó de 76 millones a 201 millones, según datos del Instituto Nacional de Abuso de Droga.

El doctor Vivek Murthy calcula que al año se prescriben 250 millones de opioides y considera que hay una “sobreprescripción médica y abuso de esta droga”. A pesar del desfavorable escenario, Missouri continúa siendo el único estado que no regula el consumo.

La vicepresidenta del programa de adicciones del centro de salud de Burrell, Sally Gibson, alerta sobre el consumo de opioides en edades cada vez más tempranas, y asegura que la accesibilidad de la droga en Missouri es una de las razones del alza.

La ubicación en la carretera Internacional 44, que cruza por todo el país, es una característica que permite la conectividad y el rápido flujo de traficantes para poder transportar la droga a esa ciudad.

“No me gustan las drogas y estoy en contra de su consumo”, asegura Elise. “Pero tampoco soy ingenua y sé que, mientras haya demanda en Estados Unidos, el tráfico continuará”.

Las actividades entre los habitantes de poblados fronterizos al este de Texas han cambiado radicalmente por la violencia.

En la pequeña ciudad de Roma viven menos de 15,000 habitantes. Se ubica a escasos metros del Puente Internacional que cruza encima del Río Bravo y conecta con Ciudad Alemán, en Tamaulipas.

Esta área, de senderos angostos sin trayectos definidos, tampoco tiene barda y los pobladores aseguran identificar fácilmente a las personas que no pertenecen a ese lugar.

Erasmo Rosales vive ahí desde hace 30 años, en una pequeña casa a unos cuantos metros del Río Bravo. Hoy ya dejó de ir a pescar al río como actividad recreativa por el riesgo que ello supone.

“Dos veces me tocó escuchar tiroteos muy cerca, esa área que antes era de descanso y tranquila se convirtió en un punto de mucho riesgo”, comenta con voz apacible mientras se mueve con dificultad debido a su avanzada edad.

De acuerdo con cifras de la unidad de Aduana y Protección de la Frontera de Estados Unidos, en marzo de 2018, 1,099 menores de edad fueron enviados sin ningún acompañante a cruzar la frontera de forma ilegal.

Una precaria balsa con niños, quienes cargan los datos de algún familiar en un papel arrugado, es una escena cotidiana que se observa en el exclusivo complejo de 2,000 casas en Brownsville, Texas. La comunidad de retirados de “River Bend Golf Resort”, habitada por estadounidenses y canadienses, colinda con el Río Bravo, que adorna el escenario de sus canchas de golf y patios traseros.

Ahí pasa la mitad del año el veterano Reggie Rennels, quien viaja cada febrero para evitar las bajas temperaturas del invierno de Illinois y cobijarse con los cálidos atardeceres texanos.

Sentado en su patio, a un costado de su flamante Mercedes Benz blanco, observa el río y las dos patrullas fronterizas que resguardan el complejo habitacional.

“No podemos darle la espalda a los niños”, declara Reggie convencido.

Pero su esposa, quien permanece sentada a su lado, no coincide con esta visión:

“Ellos llegan a este país y nosotros somos los que pagamos por su educación, sustento y servicios médicos con nuestros impuestos. No somos millonarios, lo que tenemos es porque hemos trabajado arduamente toda nuestra vida para comprarlo”, se queja la señora Rennels.

Las patrullas, las cámaras y los sensores de seguridad instalados en el campo de golf dificultan cualquier paso ilegal por esta zona.

La construcción de un muro ha sido tema de recurrente discusión entre la comunidad de retirados. La mayoría coincide en que con provecho de la tecnología se podría proteger mucho mejor esta área en lugar de levantar un muro.

“El muro lastimaría mucho esta comunidad. Hay que detener el paso ilegal, pero poner un muro afectaría la cancha de golf. No estamos en contra de que inmigrantes vengan, al final Estados Unidos se formó a partir de inmigrantes. Lo que pedimos es que entren de manera legal”, afirma Mimi Wagner retirada de Kentucky y vecina de los Rennels.

El cruce ilegal cada vez se complica más para quienes buscan una oportunidad de vida del otro lado del Río Bravo. El refuerzo de la seguridad en la frontera juega en su contra.

Mientras, al otro lado de la frontera, en la Casa del Migrante de Reynosa, Tamaulipas, Damián, de 24 años, y José, de 35, esperan regresar a su casa, tras su deportación.

Damián López nació en el sur de Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala, es el tercero de seis hermanos. Para pagar las deudas de la familia decidió irse primero a Cancún, pero las ganancias no eran suficientes. Utilizó sus pocos ahorros para comprar un vuelo a Matamoros, y en la frontera, su hermano menor, quien se encuentra trabajando desde hace dos años en Alabama, le envió 5,000 dólares para pagar el “coyote”.

Únicamente estuvo en territorio estadounidense 20 días, de los cuales cuatro los pasó en un centro de detención, conocidos como “hieleras” —por las bajas temperaturas en las que duermen sobre el piso frío y la comida escasa.

“Se acaban los sueños de uno, voy de regreso porque ya no hay dinero. Regresé peor, con más deudas”, se lamenta Damián.

En el refugio conoció a José, originario del Estado de México, quien cruzó el río en balsa a las 11:30 de la noche, y esperó dentro de una bodega durante cinco horas para ser transportado a Brownsville; pero el autobús fue detenido en un punto de seguridad por agentes migratorios y deportaron al grupo de personas que viajaban en él.

“Me puse muy nervioso, pero después pensé: ‘No pasa nada, simplemente me van a retener y a regresar’”, relata con una sonrisa. José coincide en que regresa en peores condiciones de las que se fue. El intento fue en balde.

Pero una frase escrita en los muros del albergue les recuerda algo distinto: “En la vida ni se gana ni se pierde, ni se fracasa ni se triunfa. Simplemente se aprende y se crece”.

La madre Edith Garrido es la encargada de este albergue con capacidad para 2,000 personas. Ella recibe a los deportados cuando llegan en condiciones  precarias, sucios y desvelados tras días sin tomar agua. “Tras la deportación pocos son los que se deciden otra vez a volver a pasar”, describe con serenidad la mujer que lleva 40 años siendo monja.

El trayecto es cada vez más peligroso. Los migrantes son carne de cañón para el secuestro y extorsión. El coyote, enemigo de los migrantes, pide hasta 6,000 dólares para dejarlos libres.

Edith Garrido afirma que, tras el drama vivido en el cruce, únicamente los centroamericanos son los que intentan nuevamente volver a pasar y que los mexicanos siempre se regresan tras la deportación. “¿Cómo estarán sus lugares de origen que prefieren volver a vivir el infierno que regresar a casa?”, se pregunta la monja.

Mientras Damián y José meditan qué harán tras su intento fallido de cruzar la frontera, Elise y Robert se alistan para dar sus próximos tours del muro: la nueva atracción turística de Texas.

 

Artículo publicado en Animal Político. 

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