Toda mi vida he tenido que lidiar contra el estereotipo de la güera tonta.
Cuando cursaba el tercer semestre de la Licenciatura en Comunicación, el profesor de Publicidad nos dejó hacer un trabajo en el que debíamos inventar un nombre para el equipo, y presentar una propuesta de algún producto de nuestra creación.
Mi equipo estaba conformado por tres mujeres; incluyéndome, todas rubias. Elegimos un nombre para combatir el añejo estereotipo que se ha creado en torno a las rubias: nos bautizamos como “Blondies Think” (Las rubias piensan). El nombre causó algunas risas y también ojos en blanco que denotaban desagrado, como si “Blondies Think” fuera una contradicción, y para algunas mentes estereotipadas la era.
El primer trabajo formal que tuve fue en el periódico El Universal; tenía 21 años y me iniciaba en el periodismo, y era conocida como la güera fresa. No hubiera habido problema si esta fuera únicamente una descripción derivada por mi color de pelo, pero en realidad era un eufemismo para referirse a mí como “la chavita que tiene aire en la cabeza”.
Esto me molestaba tanto que me propuse demostrar que no solo era una mujer inteligente, sino que estaba dispuesta a trabajar duro y aprender de todos.
Después de un par de meses en los que mostré mi compromiso y dedicación, me externaron su cariño y me gané el respeto de mis colegas.
Ya en confianza uno de ellos me confesó: “Pensé que eras la típica güera sin cerebro”. Él creía que esto era un halago, lo decía sin darse cuenta que era la ofensa de la réplica de un estereotipo tan banal como el comentario mismo, que acababa mostrando su estrecha mentalidad.
Tras esta experiencia entendí que tendría que cargar con el estigma de la rubia tonta. Siempre habrá alguien que piense que por tener el cabello rubio tendrás un coeficiente intelectual más bajo, incluso gente preparada. Una vez salí con un tipo que estudiaba el Doctorado en Filosofía, fuimos a una celebración de cumpleaños en una azotea donde propusieron hacer una fogata. Juntaron un poco de leña y yo intenté avivar el fuego del lado contrario a donde debía hacerlo, seguía soplando hasta que el chico con el que venía me dijo: “Ahora sí te salió lo blondie“, haciendo notar mi torpeza por no advertir la dirección del viento. Una vez más, la característica de ser rubia era entendida como el prejuicio de una mujer inepta.
Este estereotipo se ha replicado por décadas, ha sido tema de estudios e investigaciones académicas de reconocidas universidades. Uno de los más recientes, publicado en mayo de 2016, y dirigido por el académico Jay Zagorsky de la Universidad de Ohio, desmiente el bajo coeficiente intelectual relacionado con el cabello rubio.
El académico y su equipo midieron el coeficiente intelectual de 10 mil 878 estadounidenses con cabello color rubio y lo compararon con el de mujeres con tonos de cabello variados. El resultado arrojó una diferencia de tres puntos, en donde los investigadores concluyeron: las güeras son más inteligentes, el estereotipo no se sostiene.
En pleno siglo 21 demostrar que las rubias no son tontas aún es un tema, pero ¿desmentir el estereotipo con evidencia científica servirá para generar un cambio de mentalidad?
Zagorsky advierte que los estereotipos influyen en decisiones laborales y esto afecta el desarrollo de quienes son víctimas de prejuicios, en este caso las mujeres de cabello rubio.
“La investigación muestra que los estereotipos frecuentemente impactan en el momento de contratar a una persona, de promoverla en otras experiencias sociales, y definitivamente es una forma de discriminación”, alertó el investigador norteamericano.
Históricamente, las rubias hemos sido consideradas mujeres más extravagantes, locas y sin sentido común, como resultado de la figura replicada en medios de comunicación.
El estudio no es concluyente en cuanto a si existe o no una relación genética entre la inteligencia y el color del cabello. No obstante, Zagorsky encontró que las mujeres con cabello rubio son más proclives a crecer en un ambiente familiar con mayor estimulación intelectual, lo que puede influir en el desarrollo de un coeficiente intelectual más alto.
Las explicaciones que han alimentado la generalización que juzga a las rubias como tontas se han centrado en la industria cinematográfica, y han sido utilizadas con fines publicitarios y de mercadotecnia.
El libro “Encyclopedia of Hair: cultural history“, que revisa las ideas gestadas en torno a las mujeres rubias a lo largo de la historia, ubica el nacimiento del estereotipo en el siglo 18 con una cortesana francesa de nombre Rosalie Duthe, quien era tan famosa por su belleza física como por su carencia intelectual, ella fue la inspiración para una sátira que se estrenó en París en 1775.
La siguiente referencia histórica que condiciona la inteligencia con el color de cabellera surgió 150 años después en Estados Unidos con la novela “Los hombres las prefieren rubias” (Gentlemen Prefer Blondes) de la autora Anita Loos, en la que se basó la película del mismo nombre protagonizada por la rubia icónica Marilyn Monroe.
La idea se popularizó en comerciales y películas, hasta colocarse en el imaginario colectivo materializándose en bromas sexistas, lo que ha derivado en un estereotipo que se mantiene hasta nuestros tiempos.
Históricamente, las rubias hemos sido consideradas mujeres más extravagantes, locas y sin sentido común, como resultado de la figura replicada en medios de comunicación. Esto se convierte en un problema de discriminación que se arraiga en sociedades que aún piensan que pueden juzgar el coeficiente intelectual de una persona por su color de pelo.
* Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México en 2018.