Para vivir de forma sustentable no basta con solo desearlo.
Sofía y Pepe conforman un matrimonio joven, ninguno de los dos alcanza los 30 años. Recién casados se mudaron a vivir a una amplia casa con jardín en la Ciudad de México, pero no fue suficiente. Al poco tiempo se dieron cuenta que la ciudad no ofrecía la calidad necesaria para vivir sanamente. Los altos índices de contaminación tienen graves consecuencias en la salud de las personas que ahí habitan. “Esto no es vida”, expresó un día Sofía, convencida de abandonar la capital.
Corre el primer mes del 2017 y en la Ciudad de México ya se registró la primera contingencia ambiental. El gobierno recomendó a niños y mujeres embarazadas no hacer actividades al aire libre, permanecer en espacios interiores, no salir.
En mayo de 2016 la zona metropolitana registró un nuevo margen histórico de contaminación por concentración de ozono, con tres días consecutivos de contingencia ambiental. A pesar de restringir la circulación del 40% del parque vehicular, con la implementación del Doble Hoy No Circula, los niveles de contaminación no se redujeron y el gobierno decretó la primera contingencia ambiental en 14 años por “incremento extraordinario” en la concentración de ozono.
Con un hijo de menor de dos años, Sofía y Pepe se mudaron (o más bien se resguardaron) en Tepoztlán. El razonamiento fue sencillo: “Queremos un lugar fuera de la ciudad pero que no nos aleje demasiado de nuestras familias y amigos”, así que decidieron cambiarse al vecino estado de Morelos.
Después de transitar por un camino sinuoso, sin pavimentar y con muchas piedras que hay que sortear, Sofía sale de su nuevo hogar para saludar a los recién llegados. Luce fresca y en calma, el clima es espectacular y la amplitud del terreno permite que sus tres perros permanezcan afuera explorando la maleza. Mientras que Luna, su nueva gatita adoptada, se encuentra dentro de la casa.
A su casa no llega el servicio de agua, deben pedir un pipa para abastecerse. En sus primeros 10 días, el casero (y vecino) habló con ellos para concientizarlos sobre el uso racional del líquido, “Utilizan demasiada agua, pero así pasa con las personas que recién se mudan para acá. Ya aprenderán”, advirtió el británico de 70 años.
Cuando la propiedad les fue entregada para renta, les mostraron el hoyo diseñado para la composta, a partir de residuos orgánicos. De igual forma, les indicaron la funcionalidad de la fosa para captación de agua de lluvia para uso doméstico.
En la entrada de su casa, entre los dos diseñaron el espacio para un huerto, en donde han sembrado diferentes verduras, aunque aún no ven los resultados para su consumo personal.
No es sencillo acoplarse al ritmo tranquilo de vida de Tepoztlán viniendo de la caótica Ciudad de México. Después de terminar con la mudanza, Sofía empezó a buscar trabajo, sin embargo la desesperación comenzó a torturarla al no encontrar nada. Sus nuevas amigas tepoztecas le advirtieron que en Tepoztlán se puede tardar de uno a cinco años para establecerse laboralmente. “Pero siempre sale algo, ten paciencia”, le recomendó la mamá de uno de los compañeros de su hijo, Ikal.
El sui generis kínder de Ikal no tiene honores a la bandera los lunes por la mañana, tampoco rezan ninguna oración, pero lo que no puede faltar cada día es la canción de agradecimiento a la madre tierra.
Cada día los pequeños deben llevar una fruta distinta, misma que les enseñan a pelar y a partir para que entre todos hagan un gran coctel de frutas que comparten a media mañana.
También tiene clases de herbolaria y sus compañeros son, en su mayoría hijos de extranjeros o personas oriundas de tierras tepoztecas. Las costumbres y formas de actuar e interactuar de los padres son muy distintas a lo que Sofía y Pepe estaban acostumbrados.
A pesar de su corta edad, Ikal muestra una nueva forma de relacionarse con su entorno. Se escabulle debajo de la reja, sin que su mamá, lo vea imitando a los perros que conviven con él. Cuando llega del otro lado de la casa, y se encuentra rodeado por árboles, comienza a gritar emocionado: “Bosque, bosque, bosque”. Su juego favorito es corretear a las mariposas que cada tanto vuelan por las flores.
El futuro de esta familia aún es incierto. Dependen del trabajo que ambos puedan conseguir en Tepoztlán o en Cuernavaca, donde hay más posibilidades aunque no tan bien pagadas como las que encontrarían en la Ciudad de México.
No todas las personas o familias pueden mudarse a un lugar que invite a una nueva vida sustentable, pero cada vez son más los y las jóvenes que adquieren conciencia sobre esta problemática irreversible.
Algunos buscan hacer cambios directos en su entorno, con proyectos de reciclaje como desde hace ocho años lo hace la compañía Basura Cero a cargo de Bernardo Greenham, que se dedica a crear y diseñar mobiliario en espacios públicos con desechos. O el proyecto de Dulce Álvarez, Granutec,una compañía que fabrica impermeabilizantes con llantas recicladas. O el nuevo proyecto Recyclo de Alberto Herrera, quien pensó que la basura de algunos puede cambiar la vida de otros.
El incremento de la cultura urbana en torno a los huertos ha sido exitosa en la gran metrópoli, hace unos años Gabriela Vargas se dedicó a limpiar y a recuperar el espacio antes ocupado como basurero y convertirlo en el Huerto Tlatelolco. Todas las mañanas chefs reconocidos a nivel mundial, como Gerardo Vázquez Lugo, dueño del Nicos y Fonda Mayora, acuden a este sitio para elegir y comprar los insumos que ese mismo día ofrecerán a sus comensales.
Como estos ejemplos afortunadamente hay muchos más, lo que refleja el cambio de estilo de vida en la Ciudad de México. Ser sustentable implica un esfuerzo y en muchos casos un sacrificio, sin embargo el resultado es favorable para la comunidad.
Sofía y Pepe buscaron nuevos horizontes en busca del sosiego que se requiere para vivir de manera sustentable, los encontraron y eso cambió sus vidas.
*Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México.