En la sala principal del Museo de Arte Moderno colgaba el famoso cuadro que lleva por nombre: La Ciudad de México (1949), del artista mexicano Juan O’Gorman, el cual ofrece una interesante panorámica del centro de la ciudad, vista desde el Monumento a la Revolución.

Me quedé mirando esa pieza durante un largo rato. Llamó especialmente mi atención por los intensos colores que trazaban el paisaje arquitectónico de la ciudad en los años cuarenta. Me sentí maravillada. Sin embargo, debo confesar que mi emoción poco tenía que ver con mi conocimiento sobre la obra. En realidad, no sabía mucho del pintor y arquitecto Juan O’Gorman, a pesar de su fama, de sus importantes aportaciones a la arquitectura mexicana y de sus huellas murales en edificios tan emblemáticos como la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria o el Museo Nacional de Historia. Mientras observaba, mi acompañante —con quien compartía por primera vez una visita al museo— sonrió y me dijo: ‟Me gusta cómo visitas el museo. Sin pretensiones”.

¿Hay formas de visitar un museo? No lo creo, simplemente me parece que proyectamos nuestra identidad en lo que vemos.

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La experiencia de ir a un museo de arte equivale a viajar en el tiempo y dentro de la mente de los genios de la época, quienes liberaban a sus demonios en sus obras —y no contra el mundo, como se dice de las mentes débiles. En un museo nos sentimos conectados con los sentimientos, las situaciones o las personas, a través de las obras que dieron vida perpetua a un momento en particular. El valor que tiene una pieza, a veces justificado y otras no, resulta poco comprensible para las personas ajenas al mundo del arte. Sin embargo, los retratos, como si fuesen ventanas al pasado, muestran la historia interpretada desde un impulso creador. Ya lo expresó Picasso: “El arte es una mentira que nos ayuda a ver la verdad”.

Cuando entramos a un museo, percibimos un cúmulo de sorpresas con un toque de nostalgia, enclavado en un ambiente de solemnidad que exige respeto. Por ejemplo, si nos acercamos mucho a una pieza para observar sus detalles, es posible que el custodio nos reprima y diga en tono de advertencia: ‟Detrás de las líneas marcadas en el piso”. En otras ocasiones podría decir:  ‟No se puede gritar ni hablar muy fuerte”. Probablemente también pida que sigamos circulando si es que hemos agotado el tiempo ‟prudente o necesario” para ver un cuadro o una escultura famosa, como la Mona Lisa. Por fortuna, esta ‟sana distancia” entre el espectador y la obra de arte ha comenzado a reducirse. Ahora, la tendencia de los museos es enfocarse en los públicos masivos: los museos ya no son los lugares exclusivos, dedicados a cuidar las colecciones y mostrarlas a una cierta élite, dejando fuera al público sin conocimientos artísticos; por el contrario, desde hace algunos años han comenzado a transformarse en instituciones que promueven una comunicación más directa con sus visitantes, sean expertos o no en los temas expuestos.

Por ejemplo, en 2012, el artista disidente chino Ai Weiwei expuso una obra en el Tate Modern Museum de Londres, la cual estaba conformada por cien millones de semillas de girasol puestas en el Turbine Hall del museo. El público asistente tocaba y arrojaba hacia arriba las semillas —las cuales estaban hechas de porcelana— y trataba de atrapar algunas con sus manos. La experiencia de tocarlas y dejar que se escurrieran entre los dedos permitía, además de estar en contacto con la obra, apreciar el valioso trabajo que había detrás de cada una de las pequeñísimas partes que la constituían.

Lo informal es la nueva educación

Tras la ruptura con los sistemas de educación formal, se ha relajado aquella formalidad de los museos que alejaba a los intrépidos renuentes a seguir las reglas y abría espacio solamente al público ordenado. El internet y otras tecnologías que permiten el acceso al conocimiento han rebasado este esquema, y por ello incluso el sistema educativo mismo ha mutado y se ha visto obligado a cambiar los viejos esquemas rigurosos por nuevas experiencias vivenciales.

Finlandia, país líder en temas de educación —considerado así por los brillantes resultados de sus alumnos en las pruebas PISA—, ha optado por la implementación de un novedoso sistema educativo que consiste en eliminar asignaturas como matemáticas, física o química, e introducir el estudio de temas a través de situaciones. Por ejemplo, se estudian fenómenos contemporáneos como la Unión Europea; o bien, se imparten cursos profesionales de servicios de cafetería. Este sistema educativo se conoce como aprendizaje por proyectos, y en muchos colegios de España también se ha aplicado en la educación básica. Se han limitado los horarios, exámenes y asignaturas para dar cabida a las experiencias de aprendizaje que recrean situaciones de la vida real.

Este colapso de la educación formal ha impulsado el pujante interés de los museos en presentarse como espacios de educación informal donde se generan cambios constantes de contenido y se presentan los conocimientos para que sean aprendidos de manera lúdica.

Museos de nuevas experiencias

En México, un ejemplo de lo anterior es el Museo Interacitivo de Economía (Mide), reconocido como el pionero en educación económica y financiera, el cual cuenta con un simulador de mercado que replica la experiencia de la compra y venta, y el establecimiento de los precios —un tema sin duda complejo para los neófitos de la economía—, tal y como sucede en la realidad.

Por otro lado, en 2010, el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York dedicó una retrospectiva a la artista serbia Marina Abramovic, en la que se presentó el performance ‟The Artist is Present”, que permitía a los visitantes interactuar con Abramovic, durante unos minutos, frente a frente. En una de estas interacciones, la autora de la obra reencontró inesperadamente a su antiguo amor, Uwe Laysiepe, con quien había mantenido una relación de diez años. Ese encuentro causó gran impacto entre los espectadores tras conocer la historia del romance. El video de aquella interacción-encuentro se volvió viral en redes sociales.

Es así que los museos están abriéndose al planteamiento de la nueva museología, en la que se generan diferentes herramientas para participar de manera conjunta con los visitantes, quienes opinan y forman parte de lo que sucede en y con la obra de arte. La tendencia apunta claramente hacia los museos participativos que ya no son únicamente la fuente vertical de conocimiento y toman al espectador como un mero receptor, sino que el conocimiento se trasmite horizontalmente, se convoca a la colaboración y se hacen proyectos de vinculación que son cada vez más libres.

 

Texto originalmente publicado en la Revista Bicaalú. 

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