Nunca los debates presidenciales en México habían sido tan divertidos como los que han sido parte de este proceso electoral. Un formato relajado, que en ocasiones ha caído más en la comedia que en los formalismos con los que suelen relacionarse los temas políticos, permitió que se volviera un tema de conversación placentero para hablar en familia.
A la par de ver a los cinco candidatos en el primer debate (cuando Margarita Zavala aún era parte de esta contienda electoral) los memes en redes sociales retrataban de la manera más elocuente los errores y ocurrencias de los políticos.
El particular cinismo del mexicano abrió la puerta a la burla de algunas propuestas irónicas que surgieron de los aspirantes presidenciales. Como el video que se viralizó con del traductor en pantalla haciendo la seña de mochar una extremidad cuando el independiente Jaime Rodríguez Calderón El Bronco propuso que se le cortara la mano a los ladrones.
Lo que antes representaba un tema ríspido, ahora era motivo de convivencia.
El debate se convirtió en un espectáculo. Sin importar por quién se inclinara el votante, el formato del debate ofreció entretenimiento. Y esta es condición necesaria para captar la atención del individuo, sobre todo del público joven con atención segmentada, que no está dispuesto a dedicar dos horas de su noche de domingo a ver algo que no aporte diversión, aunque de asuntos de trascendencia nacional se trate.
Un debate no tiene por qué ser acartonado y aburrido. Como mexicanos, la risa y la burla son parte de la cultura y tradición, el debate no es la excepción.
Los debates se convirtieron en tema de conversación familiar, ya no se defendía a un candidato por sobre otro, se hablaba de los elementos que se construyeron a partir de la discusión. Entonces el ánimo se gestó y las expectativas crecieron, lo que antes representaba un tema ríspido, ahora era motivo de convivencia. “¿Dónde vas a ver el debate?”, se convirtió en la pregunta que abría una invitación a dialogar en familia o amigos, un plan para convivir en torno a un evento de tal magnitud nacional como las próximas elecciones presidenciales.
Los debates presidenciales de 2018 han sido históricos. Se han integrado factores de participación ciudadana importantes, el alcance a través de redes sociales ha sido amplio y el formato, organizado por bloques temáticos, ha permitido analizar aspectos coyunturales que afectan y preocupan a los mexicanos.
Nunca antes había sido considerada la interacción con el público como elemento necesario para incluirse en un debate presidencial.
Los debates han sido arena para críticas y ocurrencias que denotan las perspectivas de pensamiento de cada candidato, como en todo debate hay ataques. Sin embargo, el formato que el Instituto Nacional Electoral (INE) organizó ha considerado la participación de la figura del periodista como elemento central, dándole el poder a quien escogió como moderadores, encargados de cuestionar a los candidatos con preguntas precisas y, en ocasiones, lapidarias.
De igual forma, la inclusión en la participación ciudadana es algo de aplaudirse. Nunca antes había sido considerada la interacción con el público como elemento necesario para incluirse en un debate presidencial. En el segundo debate, lo fue. El micrófono se abrió al público presente, elegido previamente, para hacer preguntas directamente a los candidatos y externar sus preocupaciones de frente al proceso electoral.
El reto de los medios de comunicación es captar la atención del televidente y los debates en este proceso electoral han acertado en conquistar al público mexicano en temas que suelen ser tan áridos como los propios candidatos presidenciales.