En México, 13 periodistas han sido asesinados en lo que va del 2019. En promedio, un comunicador muere cada mes en situaciones trágicas.
Hacer periodismo en México se ha convertido en una actividad de alto riesgo. Las condiciones de violencia adversas al desarrollo de este oficio han posicionado al país a la par de lugares que enfrentan abiertamente una guerra, Siria.
Los niveles de impunidad en cada caso de amenaza, secuestro y asesinato han empeorado, lo que ha posicionado a México como el más peligroso para ejercer este oficio, de acuerdo con datos del Índice Global de la Impunidad.
Tras los más de 10 años que llevo siendo periodista he visto cómo los rostros de la gente se transforman cuando respondo a la pregunta “¿a qué te dedicas?”. Mientras que hace una década, cuando me inicié como editora de una revista de investigación, las personas reaccionaban afables y la mayoría sonreía al escuchar “soy periodista”, esto cambió con el tiempo mientras la violencia contra comunicadores arreciaba.
Las reacciones pasaron de expresar sorpresa a comunicar terror. “Por favor cuídate mucho”, es la respuesta más común.
La escalada de asesinatos de periodistas, comunicadores secuestrados y forzados a migrar de sus lugares de origen donde no hay condiciones para poder seguir trabajando, se ha colocado como uno de los temas recurrentes en los medios de comunicación en México. Mientras las cifras alcanzan máximos históricos y escalofriantes, el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador se mantiene reacio y su gabinete incluso ha ignorado la grave problemática.
Al ser cuestionada sobre la muerte de periodistas, la recién electa presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra, respondió: “¿Hay periodistas asesinados?”.
De acuerdo con cifras de este organismo nacional, en 19 años en México han matado a 153 periodistas. El 2019, primer año de la Sdministración del presidente López Obrador, ha sido el año más mortal para ejercer el periodismo en este país latinoamericano.
Organizaciones internacionales que contabilizan los comunicadores asesinados, como Reporteros Sin Fronteras, colocan al país con nueve casos por encima de Afganistán. Derivado de esto, México fue considerado el país sin un conflicto armado más letal para ejercer la profesión de periodismo. Mientras a nivel mundial esto ha encendido niveles de alerta, el Gobierno mexicano parece ignorarlo.
La recomendación de “tener cuidado” que escuchaba entre mis allegados y conocidos respecto a lo que mi profesión implicaba en un país como este, se convirtió en una reacción de pavor. Por primera vez en mi vida escuché a alguien decirme: “Ya no te dediques a esto”.
Al escucharlo sentí una profunda tristeza al percatarme que la profesión que más requiere el mundo y la que por años ha sido la más noble y que ha aportado a la construcción del tejido social y luchado por la justicia es hoy una amenaza de muerte en México.
El periodismo ha sido mi vida y mi pasión desde que era una adolescente. A una corta edad ya sabía a lo que me dedicaría. Mi decisión carrera fue refrendada cuando estudiaba en Buenos Aires, Argentina. Y hoy, después de 10 años de iniciarme en este oficio al que le he dedicado mi vida, mi tiempo, mi energía y todo el amor y la pasión, no concibo dedicarme a otra cosa (como me recomendó mi familiar).
Sin embargo, ya no reporteo de la manera que antes lo hacía. Y no aceptarlo sería mentir.
Voltear por encima del hombro y observar a la gente que me rodea es menester, casi un tic. Vivo en constante temor de aceptar que el reportaje en el que estaré trabajando podría ser el último de mi vida. Que las voces de los periodistas en México se acallan a balazos sin consecuencia alguna y bajo el resguardo impune de un Gobierno que hace caso omiso ante esta preocupante situación. De los 13 periodistas que han sido abatidos este año ningún caso se ha esclarecido.
“Esa podría ser yo”, pienso.
En mi paso por la universidad, mis maestros de periodismo me repetían algo que mis editores confirmarían, “ninguna nota vale tu vida”. Pero ahora vivo e investigo un país que concentra el 38,46% de los periodistas asesinados en el mundo, y que investigar para un reportaje es jugarse la vida.
En un esfuerzo urgente por detener la masacre contra periodistas en México, el Comité de Protección a Periodistas organizó la Cumbre de Libertad de Prensa el pasado 18 de junio. Ahí participaron periodistas, legisladores y expertos en derechos humanos en un diálogo que se centró en la relación entre los medios de comunicación y la Administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, este último gran ausente en el evento.
Al finalizar la cumbre me reuní con el organizador y director del CPJ, Jan-Albert Hootsen. En entrevista para el canal de televisión para el que laboro como reportera le pregunté genuinamente: “¿Por qué tantos periodistas asesinados en el país?”.
Su contundente respuesta me estremeció: “Es el narco-gobierno”.
Me detalló como el límite entre el crimen organizado y las autoridades mexicanas es cada vez más difuso, lo que complica la identificación de los autores intelectuales así como el móvil de los asesinatos de periodistas, sumado a una impunidad rampante. “Una crisis catastrófica de libertad de expresión es lo que se vive en el país”, describió.
En este feroz entorno, hay un estado del país que concentra el miedo de los comunicadores a reportar. Tamaulipas, ubicado al noreste de México, ha sido catalogado una zona de silencio derivado de la autocensura que los medios han tenido que ejercer para poder sobrevivir a un clima de narcoterrorismo, como fue descrito por el actual gobernador Francisco García Cabeza de Vaca tras las balaceras registradas en esta región.
De los 13 periodistas que han sido abatidos este año ningún caso se ha esclarecido.
La mayoría de los periodistas desplazados se han refugiado en la capital mexicana. Hace unos meses, el primer periodista desplazado de Tamaulipas acudió a una conferencia de prensa que ofreció el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador y ahí le recriminó al mandatario las nulas condiciones que existen en este estado para ejercer el periodismo: “Hasta los funcionarios públicos tienen miedo de ir a Tamaulipas”, advirtió contundentemente.
Desde hace semanas me encuentro viviendo en este estado. Pienso dos veces cada tema que se me ocurre investigar, desconfío de cualquier cosa, volteo con cautela hacia todas direcciones y procuro no exhibir la libreta donde siempre tomo notas para pasar desapercibida. ¿Por qué lo sigo haciendo?
Porque cuando hacer periodismo se vuelve una declaración de guerra, es donde más se requiere.
Esta columna de opinión fue originalmente publicada en el HuffPost edición España, en noviembre 2019