No era el plan. Pero en mi cumpleaños número 29 terminé participando en una ceremonia ritual dentro de un temazcal en Teotihuacán. El chamán me explicó que el temazcal tenía como objetivo regresar al vientre materno y arreglar las situaciones que se encontraban fuera de balance. Dato que me pareció curioso en el día de mi onomástico. Regresé entonces al vientre materno. Vestíamos unas túnicas blancas que en realidad eran retazos de tela de algodón, el chamán solo usaba un taparrabos.

Cantamos y sudamos durante casi una hora. Y cuando salimos de esta ceremonia el ambiente natural decorado con plantas y árboles parecía el paraíso. Mis cinco sentidos se intensificaron, podía escuchar el trinar de decenas de parvadas escondidas entre las ramas de los árboles. Experimenté la tranquilidad que conlleva la espiritualidad contenida en un respiro. Lo que experimenté es parte de una tendencia, los individuos se distancian cada vez más de la religión para buscar su propia espiritualidad alejada de la fe institucionalizada.

Todos necesitamos creer en algo

Las religiones ya no cubren los requerimientos espirituales de las sociedades, o cada vez lo hacen menos. La última Encuesta Nacional sobre Creencia y Prácticas Religiosas reveló que el 10% de los encuestados dejó la religión que practicaba por identificarse como “libre pensador”.

La religiones representan una espiritualidad institucionalizada, para formar parte de la comunidad religiosa debes seguir normas. En la religión católica, por ejemplo, el sacerdote es quien interpreta la Biblia y confiesa a los feligreses para perdonar sus pecados. Entonces, para formar parte de una religión dependes de alguien más, una religión es una institución sustentada en reglas y formada a través de la comunidad.

Esta es una práctica que cada vez se ejerce menos, las religiones se han desinstitucionalizado y han caído en desuso, pero no están en decadencia. Por el contrario, hay una gran necesidad de espiritualidad en el mundo, para entendernos como personas y seres humanos y para darle un sentido a nuestras vidas. Es por ello que lo que las religiones no están pudiendo llenar, las prácticas y rituales propios del new age lo están haciendo.

Para formar parte de una religión dependes de alguien más, una religión es una institución sustentada en reglas y formada a través de la comunidad.

En palabras del maestro en filosofía y profesor de la Universidad La Salle, Julián Náder: “Las prácticas new age exaltan lo mítico y han terminado por enamorar más que un discurso racional y de progreso”.

Si bien el hedonismo juega un papel importante en el consumo de estas prácticas espirituales, los que las llevan a cabo buscan reconciliarse con uno mismo y con su entorno.

La desinstitucionalización de la religión ha empoderado al individuo, ya que ahora es él o ella quien decide cómo ejercer su espiritualidad. Ya no depende ni requiere de alguien más quien le indique cómo creer y qué hacer para ser “buen hijo de Dios”. Para el filósofo y profesor Náder esto es algo positivo, sin embargo observa un riesgo en la incapacidad de los seres humanos por hacer comunidad y practicar la espiritualidad de manera grupal.

En una línea similar se encuentra el doctor en antropología social, Roberto García Zavala, quien asegura que las nuevas generaciones son incapaces de perpetuar las prácticas religiosas en comunidad. “Ni siquiera pueden alcanzar el consenso con sus propias parejas, menos en comunidad”, apunta el académico estudioso de los fenómenos religiosos, quien califica a esta generación como nihilista.

En una época en la que el acelerado ritmo de vida y las exigencias del mercado dejan cada vez menos tiempo y energía que dedicarse a las prácticas religiosas, lo efímero se apunta en la religiosidad. Queremos sentirnos bien, pero no estamos dispuestos a hacer sacrificios para ello. Por eso, la idea de entrar un temazcal y conectarte “con la madre tierra”, tener un ‘viaje’ en hongos o una ceremonia de ayahuasca se antoja mucho más interesante y atractiva que ir a misa los domingos.

Prácticas ancestrales

Las ceremonias de ayahuasca, peyote o el uso del temazcal son prácticas ancestrales que comunidades indígenas en Mesoamérica realizaban con fines curativos. Ahora el mercado se ha encargado de ponerles precio y venderlas al público que lo pueda pagar.

Rodolfo Beltrán se convirtió en sanador hace casi dos décadas, y desde ese entonces se dedica a organizar temazcales y caminatas para curar principalmente a adictos a las drogas y otras sustancias. Asegura que el mercado de quienes quieren curarse a través de las prácticas que él ejerce es vasto.

La salud para los indígenas mesoamericanos no significaba la ausencia de enfermedad, sino el equilibrio.

El temazcal, por ejemplo, posee la forma de un vientre materno, porque además de representar a la “madre tierra” tiene como objetivo regresar el balance a tu vida. Los pueblos indígenas en Mesoamérica lo utilizaban con fines medicinales, ya que el vapor que se concentraba en este lugar cerrado tenía propiedades curativas y se utilizaban como baño de vapor o en prácticas rituales.

El doctor en antropología Julio Aparicio dedicó su tesis al estudio del temazcal en la cultura tradicional de Mesoamérica. En este texto explica que la salud para los indígenas mesoamericanos no significaba la ausencia de enfermedad, sino el equilibrio.

“Para los amerindios mexicanos salud no solo se concibe como ausencia de mal y de enfermedad sino como equilibrio dentro de una comunidad (por lo que es necesaria una relación social armónica) que a su vez se encuentra integrada en una naturaleza próxima (entorno silvestre y entorno agrícola)”, explica el investigador.

Ante el desequilibrio del mundo, la espiritualidad es una necesidad rampante entre los individuos. Lo que la religión dejó de satisfacer, las religiosidades alternativas están tratando de conquistar.

*Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México.

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