Los tendederos de donde cuelgan nombres de hombres abusadores se han vuelto escenografía, cada vez más cotidiana, en México.
Afuera de escuelas secundarias y preparatorias, tienden cartulinas y hojas con nombres de directores, maestros y compañeros que se han propasado más de una vez con alumnas del colegio. Lo que ha obligado a las autoridades escolares a emitir una postura al respecto. “Sentimos que esto haya sucedido, tomaremos cartas en el asunto”. El comunicado se balancea junto a las decenas de hojas con nombres y apellidos señalados de violación y abuso sexual.
Esta práctica, que se utiliza como denuncia pública, permite que las víctimas de violencia sexual exhiban públicamente a sus acosadores y abusadores, (que generalmente son figuras públicas o de poder). Esta práctica se ha bautizado como “Escarche”.
El origen de esta palabra viene de Buenos Aires, fue retomada en la década de 1990 por la organización Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS) para referirse a personas implicadas en la violación de los derechos humanos durante la dictadura militar; principalmente por aquellos que participaron en la represión y desaparición de miles de civiles.
En México, el primer “escarche” lo realizó la Red No Están Solas hace más de cinco años. En este acto de protesta utilizaron un modelo híbrido, es decir, el escarche no sólo fue en las calles sino también en el espacio digital.
La marcha feminista en el Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo dejó a su paso cientos de nombres de hombres abusadores inscritos en las rejas que fueron instaladas en el perímetro del zócalo.
Muchas de las mujeres que participaron, a quienes entrevisté, denunciaban por primera vez a su agresor. Mujeres de 15 años, quienes hablaban ante las cámaras de la violación a manos de su tío. O mujeres quienes pudieron ponerle nombre a lo que sucedió con su compañero de universidad, quien abusó de ellas cuando estaban en una fiesta.
Miles de manifestantes tomaron fuerza para, por fin, nombrar a quienes las violentaron.
No fue hasta el día siguiente de esta marcha cuando me percaté de la cantidad de nombres escritos en estos bloques metálicos instalados por el gobierno de la Ciudad de México, para “resguardar los monumentos históricos”.
Comencé a tomar fotografías de los evidenciados, aquellos que tenían nombre y apellido y una pequeña denuncia escrita en donde señalaban lo que había sucedido.
Me sorprendió encontrar tantas personas conocidas en estas denuncias públicas anónimas. En tan sólo un par de cuadras tomé fotografías de más de 50 denuncias escritas. Lo que esos nombres inscritos revelaban era el grito anónimo de miles de mujeres violentadas quienes, frente a un sistema de justicia oneroso, escribir los nombres de los agresores es una de las únicas salidas que quedan. En México, sólo 1 caso por cada 1000 denunciados termina en una condena.
Entre esos nombres, encontré uno muy conocido, escrito en letras de graffiti color violeta, junto al Hotel Hilton, sobre Avenida Juárez, donde marcharon los contingentes feministas en el #8M.
Al verlo, le tomé una fotografía y se la mandé a uno de sus amigos más allegados del señalado. Al recibir la imagen no tuvo mucho más expresión que un “no mames”.
Al término de ese día, pensé en las pocas posibilidades de tener comunicación directa con alguien tan cercano a los acusados. Era casi una coincidencia (sin serlo). Así que le pedí a su amigo que le hiciera llegar esta imagen con la pinta. Lo cual rechazó tajantemente, argumentando que esto era un linchamiento social, sin pruebas y podría complicar las cosas ya que el tema era delicado.
Su respuesta me pareció una insensatez. Esa pinta estaba dedicada a él, en un mensaje que tendría que haberle llegado, y que, en el mejor de los casos, lo hiciera reflexionar sobre sus acciones pasadas. Sin embargo, su amigo decidió encubrirlo.
Al día siguiente, regresé al punto para documentar más nombres. Al darme cuenta que esta práctica de denuncia pública se gestó como un mecanismo alternativo de justicia, creí prudente publicar las fotografías con todos los nombres que había tomado.
Decenas de mis seguidores y seguidoras me respondieron identificando los casos y a los abusadores. Pero de él, a quien yo le había pedido que le hiciera llegar esa pinta a su amigo, de manera privada, recibí una orden: “Baja la foto de esa denuncia”.
No sólo se negó a hacérsela llegar, ahora quería decidir sobre lo que yo publicaba en mis redes sociales personales.
Lo que a él le sucedió, ha pasado con varios.
Lo que pudo haber sido un ejercicio de reflexión y autocuestionamiento sobre la normalización de agresiones, que en su momento permitiste que tu amigo ejerciera, se convirtió en tratar de encubrir las denuncias.
Lo que él no entendió, y es lo que sucede con la mayoría de hombres cegados ante la rampante problemática de la violencia contra las mujeres en México, es que este es el canal que por ahora, las mujeres estamos encontrando para desahogar nuestras casos de abuso.
Muchas, temerosas y aplastadas por un sistema que las revictimiza, revelan el por qué no han denunciado penalmente.
El problema que resurge esque muchos hombres piensan que esto sigue siendo únicamente un linchamiento social.
La investigadora feminista, Gema González destaca la diferenciación que existe entre linchamiento y escache: “Los linchamientos -al igual que los escraches- son acciones colectivas, que se desprenden de la lentitud o ineficacia de los procesos judiciales para garantizar la justicia y la seguridad. Sin embargo, el escrache es una acción colectiva antisistémica y no un acto de violencia punitiva como es el linchamiento el cual busca dañar físicamente o causar la muerte de la persona para la resolución de conflictos”.
El escrache, con todas sus zonas grises, es la respuesta a un limbo legal. ¿Qué otra opción tienen las mujeres para contar su historia y obtener al menos una ilusión de justicia?
Como bien lo señala la organización feminista colombiana, SietePolas “si pretendemos poder dejar de depender del escrache, la tarea es titánica. No es ni más ni menos que transformar nuestro sistema legal en un sistema feminista”.
A falta de una justicia con enfoque de género y feminista, nos quedan muy pocas opciones.
A pesar de que la era #metoo ya lleva varios años, sigue habiendo hombres que encubren acciones de sus amigos abusadores sin entender la revolución tan necesaria que requiere de avances empujados por la conciencia.
Por Valeria León (@valerialeony)
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