Las videollamadas ya no son suficientes. Lo fueron cuando la contingencia sanitaria comenzó hace más de un mes: al inicio cumplieron su propósito de recrear la cercanía, hasta que terminaron por hacer más evidente la ausencia.
Estar aislado ocasiona que dejes de reconocer los sentimientos que el contacto físico te proporciona.
Aunque veo su cara moverse y sonreír a través de una pantalla, todo se percibe tan distante y artificial que ni siquiera parece real.
El aislamiento en cuarentena ha ido delineado capa por capa una esfera que me separa de cualquier contacto humano, pero una en particular me ha trastocado.
He escuchado muchas teorías respecto a cómo afectará la cuarentena a las parejas. Éstas van desde posibles divorcios hasta embarazos. Incluso se dio a conocer el alza de compras en línea de juguetes sexuales en Francia. Y es que, con tanto tiempo encerrados, en algo se tendrán que entretener los nuevos y viejos matrimonios en medio del brote de coronavirus.
Pero para mí, la cuarentena en pareja significó algo muy distinto a las preocupaciones que algunos de mis conocidos comentan sobre la convivencia intensa con sus parejas en un mismo espacio sin poder salir durante un mes.
Para mí la cuarentena fue un obligado distanciamiento, que asemeja a un largo puente de cemento que no te permite ver el otro lado. La incertidumbre de no saber cuándo ni cómo voy a poder volver a estar con él.
Nunca imaginamos que una crisis de salud de esta magnitud interferiría tan drásticamente como lo ha hecho en nuestra relación a distancia.
Desde que empecé mi relación con Jaime sabía que íbamos a tener que hacer muchos viajes para poder estar juntos, ya que aunque vivimos en el mismo país no habitamos en la misma ciudad. Él vive en el noreste, a una hora en avión de la capital mexicana, donde yo resido. Desde hace casi un año que iniciamos nuestra relación fui consciente de que esto no sería un asunto sencillo, pero nos prometimos que si era posible.
Nunca imaginamos que una crisis de salud de esta magnitud interferiría tan drásticamente como lo ha hecho en nuestra relación a distancia. Su boleto de avión ya comprado para venir a la Ciudad de México tuvo que ser pospuesto indefinidamente y nuestras llamadas se han tenido que alargar para aminorar el vacío de la ausencia.
Al ser menos precavida que él, consideré que esta situación no se agravaría tan rápido como ha sucedido y que el viaje planeado para abril podría ser concretado. Pero no fue así.
Los casos en México aumentaron estrepitosamente, de 29 muertes a 60 muertes, más del doble de decesos por Covid-19 en menos de 24 horas.
El Gobierno mexicano permitió la entrada y salida de vuelos nacionales e internacionales durante marzo pero a partir de abril las aerolíneas restringieron los vuelos. Recibí un correo anunciando que mi viaje para ir a ver a mi novio quedaría suspendido al no poder ser concretado durante este tiempo de “transformación global”.
Cada día, en promedio, el número de casos de coronavirus en el país aumenta entre 400 y 500 nuevos contagios.
La actividad exterior se ha reducido, las calles se han vaciado y en los pocos restaurantes que se han mantenido abiertos se observa a meseros aburridos y dueños desesperados.
Nadie sabe cuánto tiempo durará ni qué tan grave será esta pandemia. En México sabemos que esto apenas empieza. Pero mientras muchos se quejan de estar encerrados con sus parejas, e ideando nuevas dinámicas para no hartarse, yo anhelo una mínima cercanía humana con él.
En videollamada me acompaña su cara mientras paseo a mi perro. Jaime me enseña nuevas formas de cómo entrenar a mi cachorro, me manda cenas sorpresa de diversos tipos de comida que piensa nunca serían de mi elección, mismas que deleito frente a la pantalla de mi celular viendo su rostro difuminarse por FaceTime, pues la señal de WiFi se ha debilitado, debido a la multiplicación de conexiones desde casa. Él toca la guitarra y compone canciones que escucho por el celular. Confieso que varias veces le he dicho “ya no aguanto” al desesperarme por no saber qué nos espera.
Quisiera agradecer por tener la tecnología disponible para poder “amar a distancia”, pero he comenzado a depender del celular más de lo que me gustaría, y un te amo no suena igual por teléfono.
La distancia ya no parece ser “sana” sino dolorosa.
La crisis de salud que ha desatado el Covid-19 a nivel mundial nos ha impuesto nuevos y diversos retos en la manera como nos relacionamos. Desde evidenciar los problemas de pareja que terminarán en separación o divorcio tras el paso del coronavirus, hasta valorar los abrazos que nos daremos cuando cantemos victoria frente al contagio. Esperando que eso suceda lo más pronto posible.
Mientras tanto, mantengámonos fuertes frente a esta cuarentena que nos obliga a estar distanciados de las personas que más amamos.
Columna publicada en HuffPost España en abril 2020.