“Para una persona trans nacer en esta época es una suerte”, afirma Pablo, de 23 años, quien se practicó una cirugía estética para reducir su busto hasta lograr el pecho plano que deseó desde que empezó a desarrollarse como Isabel.

Dejó los vendajes y tops que utilizaba para aplastar los prominentes senos que siempre le estorbaron en el cuerpo de mujer con el que nació y nunca sintió suyo.

La ligera capa de vello oscuro que cubre su delgado antebrazo –producto de las primeras cuatro inyecciones de testosterona- contrasta con su piel blanca.

Un camino arduo -cargado de discriminación materializada en cada mirada, susurro y rumor en torno a su gusto por las mujeres y su vestimenta de hombre- que inició en el Colegio Francés del Pedregal.

Posteriormente estudió el primer año de secundaria en Shaftesbury, un pequeño poblado en la ciudad de Dorset, en Inglaterra. Con la libertad que tenía en tierra extranjera comenzó a comprar ropa de hombre, pero confiesa: “Nunca me atreví a ponérmela y salir con ella”.

CORTESÍA
La sociedad castiga lo que no comprende y los transexuales están lejos de ser comprendidos.

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Compartir abiertamente su condición y cada paso de su transformación le valió decenas de admiradores y admiradoras.

Cuando volvió a México, en julio de 2009, los rumores se habían esparcido.

La desadaptación -propia del aislamiento e inconformidad al no encontrar su lugar- se evidenció en depresión y tristeza, hasta llegar a niveles violentos.

“Te odias por no pertenecer. Los demás te rechazan porque eres raro o rara”, explica María Almela, sexóloga que apoyó el proceso psicológico de transformación de Pablo, y quien, orgullosa, califica a Pablo como ‘su caso de éxito’.

Elegir entre ingresar al baño de damas o de caballeros fue una batalla épica de la que no siempre salió ileso. Escuchaba susurros al cruzar la puerta del baño de damas por su aspecto varonil: “Mira”, señalaban las muchachas, “¡hay un niño en el baño de niñas!” Apenado salía corriendo de ahí. Por el contrario, en el baño de hombres debía lidiar con la posición que ocupaba dentro del escusado y no del mingitorio, como cualquier caballero.

“Al final me acostumbré”, confiesa el joven de ojos verdes y mirada profunda.

Su condición fue diagnosticada erróneamente por un psiquiatra, quien decidió que se trataba de un desorden mental conocido como el síndrome de Asperger, que se caracteriza por dificultad en las relaciones sociales. Un año permaneció adormilado por los ansiolíticos recetados, pero la primera vez que leyó en Internet sobre transexualidad entendió su condición. “¡Un transgénero! Eso soy yo”, acertó al leer las características que identifican a un trans. “Me siento atrapado en el cuerpo de una niña y eso activó la chispa”, declaró a modo de explicación.

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“Tuve mucha suerte en nacer en esta época”, dice Pablo.

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El verdadero problema de la transexualidad es la transfobia.

En la búsqueda y confirmación identitaria, Internet suele ser la fuente del primer diagnóstico. Es a través de la conexión digital como se generan puntos de encuentro, diálogo e información entre personas trans.

El verdadero problema del transexual no es estar atrapado en un cuerpo equivocado, sino en una mentalidad social equivocada.

La sociedad castiga lo que no comprende y los transexuales están lejos de ser comprendidos. Apenas en 2013 se despatologizó el transexualismo como trastorno para ser entendido como una condición. “No se pega, no se hereda, no se contagia. Me atrevo a decir que tiene que ver con la evolución humana”, articula la sexóloga, María Almela. Para la especialista, no hay algo “normal”, sino cosas frecuentes.

Para erradicar la ignorancia, quitar tabús y que la gente conozca el proceso, Pablo se dedicó a subir bimestralmente videos de 5 a 10 minutos en los que de frente a la cámara narraba los cambios experimentados por las inyecciones de testosterona, como enronquecimiento de voz, vello en la cara y granos.

En la búsqueda y confirmación identitaria, Internet suele ser la fuente del primer diagnóstico.

Compartir abiertamente su condición y cada paso de su transformación le valió decenas de admiradores y admiradoras, quienes hicieron públicas sus felicitaciones a través de las redes sociales. Así pasó de ser discriminado a ser admirado.

Experimentó la apertura del mundo, en donde se le permite ser quien es sin que lo juzguen.

“Tuve mucha suerte en nacer en esta época”, concluye con una sonrisa nerviosa.

En un momento histórico en la época trans en 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó de considerar la transexualidad como una enfermedad mental para catalogarla como “incongruencia de género”, uno de los pasos más importantes logrados por el activismo LGBTI. Dejando claro que el verdadero problema de la transexualidad es la ignorancia.

* Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México.

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