Conocí a Guillermo Rodríguez en 2015 cuando abrió su cuarto centro de rehabilitación en Culiacán, Sinaloa. Ayudar a drogadictos a recuperarse fue la mejor forma que encontró para sanar los años de dependencia que tuvo al cristal y a la cocaína, entre otras drogas. Siempre está sonriendo y apurado, tiene un tono particular de dirigirse a la gente. Aunque es muy cariñoso a menudo habla como si diera órdenes.

Tiene más de 100 personas a su cargo, divididas entre los cuatro centros que tiene. Esta responsabilidad ha terminado por dejarlo pelón, bromea.

“Desde los 12 años consumo droga, eso me hace sensible para tratar a las personas que llegan de una manera más asertiva. Sé por lo que están pasando”, afirma sin titubeos, “he sido muy afortunado porque puedo tener centros y profesionales de la salud para darles un tratamiento sin costo. Cuando llegan adolescentes llegan porque no tienen dinero”.

Hace 13 años decidió mantenerse lejos de sustancias psicotrópicas y abrir su primer centro de rehabilitación en Culiacán dirigido a mujeres mayores de edad. Sin embargo, ante la demanda de personas por rehabilitarse y la insuficiencia de centros para niños, Guillermo comenzó a tratar adictos menores de 18 años.

Debo confesar que mi primera reacción al conocer su historia fue preguntarme cómo un exadicto puede tratar a otros a rehabilitarse. Es como haber estado preso y regresar al reclusorio a trabajar todos los días ahí. Sin embargo, Guillermo lo ve como una ventaja porque conocer el camino de superación de una adicción lo hace más sensible para conectar con quienes están luchando por rehabilitarse.

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Los niños reciben terapia psicológica en El Centro de Rehabilitación.

En el estado de Sinaloa no existe ningún centro especializado del gobierno para tratar adicción a las drogas en niños. Por lo que a través del DIF estatal los infantes son canalizados al centro Rehabilítate, que dirige Guillermo para que los integren al programa.

“Como institución yo no estoy autorizado para recibir niños, pero nos hacemos de la vista gorda, tanto el gobierno como yo para recibir niños. Por humanidad, yo no puedo abandonar a un niño consumiendo cristal en la calle”, apunta, “no es lo ideal que yo los atienda, el gobierno debe tener centro especializados para tratar a niños”.

En el centro de mujeres, que este año cumplirá 15 años de existencia, rehabilita a una niña de 11 años. Mientras que en el centro de hombres se encuentran tres menores de edad. La demanda es alta, pero el presupuesto escaso.

El tratamiento de seis meses para un niño cuesta entre 35 y 40 mil pesos, incluye atención médica, psicológica y tres comidas diarias. El tratamiento de un niño es más costoso que el de un adulto porque requieren de más atención especializada. En el centro Rehabilítate se cobran 3 mil 500 pesos de inscripción y 500 pesos semanales para la manutención de la persona internada, con esto apenas salen los gastos, pero también se apoyan en donaciones para poder cubrir el sustento de la población.

La disfuncional infancia Culichi

Al igual que Guillermo, Moisés y Abraham se hicieron adictos a las drogas antes de la adolescencia. A los 12 años no pueden salir a jugar, deben permanecer dentro del centro: son los niños culichis en recuperación por adicción a las drogas. Cuando les pregunto su historia, no dudan en contar cómo probaron su primera droga, como si se tratara de un juego ríen con complicidad.

De acuerdo con los especialistas del centro, para los niños la última alternativa es que vivan su infancia encerrados, pero las colonias donde habitan sus familias son áreas conflictivas y están rodeados de una familia disfuncional, por lo que el riesgo de recaída es muy alto.

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A Moisés se lo llevó su familia, pero el centro no ha tenido más información sobre él. Mientras que Abraham salió dado de alta del centro, aunque a los dos días se robó una moto y desapareció por cuatro meses. “Caen a la misma familia disfuncional, se nos ha complicado mucho rehabilitarlo. Ahora está nuevamente con nosotros”, explica Guillermo.

Juan, llegó de 10 años al Centro Rehabilítate canalizado a través del DIF. Estuvo cuatro años viviendo en el centro, en donde estudió quinto y sexto de primaria en sistema abierto, mientras que el último año fue inscrito a la escuela en primer año de secundaria. Todos los días recibía dinero por parte de esta organización para sus gastos, “porque el DIF no se hizo responsable”, asegura el director.

Fue reintegrado a su familia, aunque aún los fines de semana regresa al Centro y ayuda en la oficina, acomodando expedientes para distraerlo y alejarlo del ambiente en la colonia Lázaro Cárdenas, la segunda área con mayor índice de drogadicción en Culiacán, solo superada por Guadalupe, ubicada en el sur de la ciudad capital.

“No duermo tranquilo porque tengo muchas vidas a mi cargo”, asegura el activo director.

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El miedo a morir lo hizo cambiar

El miedo puso fin a la adicción que Guillermo mantuvo con la marihuana, el alcohol, la cocaína y el cristal durante 32 años. La paranoia que experimentaba como consecuencia del consumo diario de cristal lo llevó a llamar varias veces a la policía para que revisara su pequeño departamento en Rosarito, Tijuana.

“¡Me van a matar!” le advertía al oficial quien recorría el espacio sin encontrar nada amenazante.

En la ciudad fronteriza, Guillermo caminaba sin zapatos y con el pelo largo pidiendo dinero para comprar su dosis diaria. Si escuchaba a alguien platicar cerca de donde caminaba, les gritaba que dejaran de hablar de él. Para calmar el nerviosismo acudía a la central de camiones a recoger las bachas de cigarros que veía en el piso para regresar a su casa e intentar fumarlas.

En menos de seis meses perdió 31 kilos, su complexión calavérica remarcaba las manchas de los químicos del cristal que florecieron en su rostro como lunares gigantes. El insomnio se extendió por una semana.

Sus alucinaciones alcanzaron niveles esquizofrénicos, propios de una película de terror no muy alejada de la realidad. “Imaginaba las cabezas y extremidades de mis familiares en bolsas de plástico llenas de sangre”, relata Guillermo con ligero nerviosismo.

El miedo que sentía hizo cambiar a Guillermo.

El miedo que sentía lo hizo cambiar. A los 27 años de edad, sin trabajo ni dinero, llamó a su madre para que fuera a recogerlo a la estación de camiones en Culiacán, su ciudad natal y lo internara inmediatamente en un centro de rehabilitación.

Hace 13 años, cuando Guillermo decidió rehabilitarse de su adicción, no existían controles sanitarios ni regulaciones en los lugares para adictos a las drogas.

El centro al que llegó constaba de un espacio de 12 metros por 20 metros para 120 adictos, sin posibilidad de salir ni recibir visitas de sus familiares.

“Ahí dormíamos, comíamos y hacíamos nuestras necesidades en un encierro total, sin ver a nadie más”, recuerda.

Las alucinaciones no cedieron dentro del centro. A pesar de haber sido él quien decidió internarse, pensaba que todo era una trampa y que estaba secuestrado, su corazón latía fuerte y el sudor en sus manos era permanente. Pasó así semanas, sospechando de cada sonido, cada medicina que ingería y cada rostro que miraba. Ahí permaneció dos meses hasta que lo dieron de alta. Salió, se empleó en una agencia funeraria. Durante ocho meses se dedicó a vender ataúdes y planes funerarios casa por casa, actividad que fue interrumpida por una recaída lo que le hizo perder el trabajo y regresar al centro de rehabilitación, esta vez por seis meses.

Fue hasta el cuarto intento de desintoxicación en el que dejó por completo las drogas y desde entonces se ha mantenido sobrio durante 22 años.

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*Este contenido fue originalmente publicado en el HuffPost México.

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