Muchas de las cosas fundamentales y bellas de la vida las hacemos con los ojos cerrados, nacer, besar, orar; cerrar los ojos nos permite conectar con nosotros mismos. Y aunque parezca imposible, ahora podemos “ver” una obra de teatro con los ojos cerrados.
La Casa de los Deseos es una obra de teatro que nos permite experimentar la ceguera, afinando nuestros otros sentidos. Cada sábado, en un cuarto de una vecindad en el centro de Puebla, la Compañía de Teatro Carlos Ancira presenta esta obra y en el grupo algunos de los actores son ciegos; el espectáculo nació sólo para el público invidente, sin embargo, luego de pocas funciones todos los invidentes de Puebla ya había presenciado la puesta en escena, por lo que la compañía decidió abrir la entrada a todo público.
Entrar a un nuevo mundo
Los espectadores presencian una puesta en escena montada por un grupo de actores ciegos; sin embargo, los espectadores tampoco podrán ver nada. “Esta vez, ustedes van a depender de nosotros, los ciegos”, dice la señora Rosy como bienvenida, mientras reparte el programa escrito en braille. Posteriormente, cada uno de los asistentes se debe colocar un antifaz y en ese momento, cuando ninguno de los presentes puede ver nada, es que comienza la función comienza.
“La ceguera es un asunto de confianza”, advierte Rosy.
El ejercicio junta a dos grupos que están distanciados y los coloca en igualdad de circunstancias: nadie puede ver, pero lo mismo una persona que ciega como una persona que usualmente puede ver pero lleva puesto el antifaz, reconocen gracias a sus otros sentidos lo que está pasando en la obra: un pequeño cuarto negro se convierte en una amplia carpa de circo donde trapecistas y payasos expresan sus dolores y deseos.
El comprimido espacio cobra, en la imaginación del espectador, otras dimensiones mediante recursos sonoros que los actores utilizan para cambiar la percepción del respetable. Cuando el trapecista habla su voz coincide con el movimiento oscilatorio en las alturas, mientras que cuando Campanita, la malabarista enana, expresa sus sentimientos de amor al SuperMacho, dueño de la carpa, lo hace a centímetros de distancia del suelo, por lo que el espectador recrea un espacio distinto al que en realidad existe.
Fuego, aire, agua y tierra son los elementos con los que juegan los actores, involucrando al público en la obra. Los espectadores, sin poder removerse los antifaces, gritan e intentan cubrirse cuando el escenario comienza a quemarse supuestamente, lo que aumenta la desesperación en una situación inesperada.
Este espectáculo pretende colocar a personas sin ningún impedimento visual en la misma situación que un ciego, recreando el mundo y las dificultades con las que deben enfrentarse.
De Puebla para el mundo
Este montaje está diseñado para llegar a todos los sentidos. “La idea es que nos fijemos en la capacidad de la gente más que en su discapacidad”, explica Pablo Moreno, director de la obra.
Omar Martínez, quien interpreta al personaje SuperMacho desde hace poco más de un año, perdió la vista a los 14 años debido a causa del glaucoma, pero desarrolló una capacidad artística para la música por lo que toca cuatro instrumentos diferentes y tiene un programa de radio en Puebla. “La ceguera me ha abierto muchas puertas”, afirma Martínez previo a la función sabatina.
La compañía tiene montadas nueve obras, aunque ésta es la más antigua y la presentan desde hace 17 años, con lo que suman más de 3,000 presentaciones en Puebla y todo el mundo, lo que la coloca como uno de los ejercicios introspectivos e incluyentes más exitosos.