Para Lily Mi abuela paterna vivió en Estados Unidos casi toda su vida y aunque venía a México tres meses al año y se instalaba en una larga vacación, la mayor parte de mi comunicación con ella transcurrió vía correo. Cartas de una o dos páginas escritas a mano que se leían como una conversación de café, a menudo con consejos y regaños. Ella siempre prefirió la letra manuscrita, que en ocasiones era difícil de entender. Escogía papeles de diferentes tamaños y con curiosos diseños, marcos de animales y estampas fosforecentes. Podía pasar uno o dos meses sin que yo recibiera una carta de mi abuela porque ese era el tiempo que en los noventa tardaba en entregar una carta de Prescott, Arizona, a la Ciudad de México. Pero cuando finalmente llegaba, siempre esperaba sentarme en un lugar silencioso en la casa para empezar a leerla. Era como gozar de…
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